Invisibles
Hay un momento en nuestras vidas que nos volvemos invisibles, en qué momento no sé, ocurrió sin darme cuenta. Paso junto a las personas y no me ven, cargo mi lucha individual, solo contra todo y contra nadie. Me acompañan pensamientos, recuerdos, buenos y malos tiempos. Hablo, río y nadie se da cuenta.
Otra vez la noche, el día, el tiempo que nos devora, nos golpea el miedo existencial… ¿Dios existe?…Continúo caminando hacia dónde no lo sé.
Me doy cuenta que mis vivencias no son solo mías, las comparto con muchos otros, parte de una generación, de un siglo, del “Cambalache”, testigos del Cristianismo en Rusia, de la caída del muro de Berlín, de dos guerras mundiales, genocidios irracionales, la locura del hombre. Hechos que han quedado en mí, memorizados en mi inconsciente aunque no los viví personalmente.
Soy un pequeño átomo, que integra un todo.
¿Cuándo me volví invisible? ¿Cuándo?…
Hace un año permanecí 41 días internado, muy grave, flotando en una línea tan frágil que separa la realidad, de lo desconocido. Una peritonitis no diagnosticada a tiempo me derrumbó en esa cama, dos operaciones, una punción en el pulmón, ahí estaba yo, el deportista sano, el abuelo adulto que les contaba hazañas a sus nietos, el padre, el esposo, el hombre, convertido en Invisible…
Cuando fui mejorando, comencé una nueva batalla, fisioterapias, caminatas por un pasillo del sanatorio, herido, sosteniendo en cada mano una bolsa de fluidos que descendían por vías conectadas a mi cuerpo.
El día que me dieron el alta, caminé el mismo pasillo hacia el ascensor, miré hacia atrás, y me vi realmente como un zombie. ¿Cuál era yo? ¿El que estaba esperando el ascensor para regresar a mi casa? O ese otro, errante, que nadie veía, que nadie entendía?
Estaba con mi señora, tenía una compañera para reinsertarme al mundo. No fue fácil, caminaba media cuadra y me agotaba, cada día un paso más, hasta volver a correr y sentir el viento pegándome en el rostro, eran fines de mayo del 2017.
No es fácil descargar el equipaje, olvidar la tortura y empezar de nuevo. Pasé los peores momentos, me dijeron que durante la operación me había “ido” tres veces, creo que no me fui, me convertí en invisible. Fueron ellos que no lograron verme.
No lamento nada de mi vida, lo bueno y lo malo me han servido.
Me convirtieron en lo que soy hoy…
Empecé a escribir, para recordarme, para no olvidarme, también a mis amigos, empecé con rabia, sin saber a dónde me dirigían mis propias letras, fue por el “loco” Garisto, ¿o fue por mí? Había dejado el mundo real, el que conocemos, el que jugamos todos los días, le sacaron tarjeta roja, me llamo el “Peca” García con la triste noticia, “Hebert se que Luis te apreciaba mucho”. “Era reciproco le dije”. “Se nos fue…” Ese fin de semana fui a ver el partido River Plate vs. Fénix, y en el Prado también lo hacían Wanderers contra Peñarol, estuve muy atento a las radios, el minuto de silencio que le harían los jugadores de Peñarol principalmente, o los directivos. Nadie se acordó, me paré haciéndome el boludo, y tocándome la espalda, para estar un minuto de pie, se volvió invisible, paso el espíritu de Luis por el Prado.
Al otro día, de nuevo salió el sol, no era como antes, cuando alguien fallecía en el barrio, era general el dolor, toda la semana estábamos de luto, lo sentíamos mucho, faltaba “Doña” o “Don”, el tiempo se quedaba, no avanzaba, moríamos un poco todos.
Vuelvo al barrio. Me acuerdo de Miguelito, murió a los 11 años, era mi vecino, jugábamos todos los días, no sé que le paso, nunca supe, pasaron muchos años, medio siglo, por eso es lindo escribir, vuelvo visibles a los invisibles, los vuelvo a la vida, jugábamos en la vereda, los arboles eran arcos de futbol, reviven en mí y por mí, sentís la magia, revivo el momento. Industria y Túnez, “Doña Tita”, vivía en frente, lo sabía todo, “Don” Pedro su esposo, tenía un Citroën, de nariz larga como su barriga, cuando había paro de ómnibus lo sacaba con dificultad marcha atrás, paraba por lo menos 10’ todo el tránsito, Industria era de doble mano, para que “Don” Pedro hiciera sus maniobras y nos llevaba a la escuela Sanguinetti en 8 de Octubre y María Stagnero de Munar, eran muy buenos vecinos, vigilantes de la cuadra.
El “Ruso” siempre corriendo haciendo los mandados, creía que era un auto, cuando pasaba a nuestro lado metía los cambios y nos tocaba bocina, sino salíamos de su ruta nos puteaba, venía como una “bala” desde 8 de octubre e Industria hasta Agaces que era donde vivía. Eran de Ucrania y tenían una fábrica de zapatos.
El almacén del “Gallego” Calvelo, mi mamá me mandaba con una lista interminable de compras: 100 gramos de mortadela, azafrán, 2 litros de leche (eran en botellas), un cuarto de pan rallado, 10 litros de kerosén era lo que más me pesaba, medio kilo de arroz. Con la verdura no teníamos problema. En el fondo de una cuadra, mi madre plantaba de todo, cuando sobraba me daba unos atados de acelgas y algunas lechugas; con Daniel Molina “Cocola”, las vendíamos en la feria de Cipriano Miró, cobrábamos nuestra comisión y de tarde nos íbamos al cine. Aparte de la “empresa” que ya teníamos de vender huesos, reforzábamos más nuestra entrada de dinero semanal. “Cocola” y yo cerrábamos todos los negocios que involucraban dinero, nos desconfiábamos mutuamente. Líder de Túnez y él de Purificación. Teníamos buena memoria y manejábamos los precios del almacén donde comprábamos y a qué precio podíamos vender.
Mi familia, estaba constituida por 4 hermanos, (3 varones y una mujer), más mi padre y mi madre, recuerdo los pucheros de osobuco con papas, boniatos y una conserva de tomates que la hacía casera, la dejaba reposar unos días, mi señora nunca pudo descifrar la fórmula exacta, probó de todo, pero como la hacía mamá, imposible, jajaja. ¡Hasta las tortas fritas de campaña! ¡Nadie la igualó! En mi plato no quedaba ni el hueso. La Coca Cola, con suerte era para los fines de semana, 1 litro en botella de vidrio, y alcanzaba para todos, todavía no me explico que hasta sobrara, la medíamos por si alguien la tomara antes de la cena, mejor dicho del café con leche antes de dormir. Mientras compraba, de paso cuando se distraía, le afanaba chicles al “gallego”, me los metía todos en la boca, una vez me hablaba y de tantos que tenía no podía responderle, le hacía señas nada mas, cuando oscurecía, en la noche, era el turno de las frutas, de los cajones que colocaba en la ventana, apuntábamos a las manzanas y los melones, nuestros favoritos. El viejo Luis que era el ayudante también le robaba así que él nos vigilaba a nosotros porque sabía éramos iguales, el “gallego” si veía el cajón medio vacío se daba cuenta…
Éramos la “Sociedad de los Poetas y Ladrones ”, porque éramos una sociedad para delinquir, otra de negocios en limpio y la de poetas, estábamos enamorados de todas las chiquilinas de barrio, teníamos nuestro lado romántico, cuando venía Estrellita y la veíamos parada en la puerta, salíamos todos a lavarnos la cara, y peinarnos, yo estaba dos horas para hacerme la raya en el pelo porque lo tenía ondulado, nos vestíamos con las mejores ropas, cambiaba el pantalón corto por el largo, era más de hombre, el tema eran los zapatos, había que ponerse los de la escuela, los Incalcuer negros con cordones, eran los que estaban mejor, o los únicos, pegaban con cualquier ropa, y tenían la suela bien, porque los otros ya tenían el cartón entre el pie y la suela por los agujeros, esos para esta ocasión no corrían, si levantábamos la pierna estábamos liquidados, aparecía terrible agujero redondo. Listos todos los aprontes venía la hora de mirarla y ella de mirarnos, se paraba en la puerta de la casa del tío, esta historia de amor juvenil se desarrollaba en Purificación e Industria, nosotros sentados en el escalón del bar del “gallego” Fernández, nos separaba una distancia de 30 metros mínimo y cada día nos juntábamos más “botijas “, así que nunca supimos a quien miraba, todos pensamos que era a uno, si hubiera sabido Estrellita el amor que le teníamos, creo que se ponía de novia con todos al mismo tiempo!
La peluquería de Casimiro, después el técnico del San Lorenzo Unión, nuestro equipo de baby futbol, durante tres años invictos ganando todos los torneos, siendo campeón de campeones, en una final contra el campeón del interior, ya no teníamos más nada que ganar. Freddy Vennanzety, otro invisible, siempre sonriendo, sabía que la vida era una broma, se fue riendo, el “Tanito” Celentano, era increíble su habilidad por la punta derecha, la gente iba a reírse de los que lo marcaban, porque siempre los dejaba hechos nudos. Andrés Klinger, el otro punta que compartíamos la delantera. Hablaba poco, pero cómo jugaba, y era guapo en todas las canchas, Rodolfo Abalde “Tantor”, por su terrible pegada al balón, nuestro “centrojás”, éramos muy competitivos, no teníamos hinchada, éramos huérfanos deportivamente hablando, quizás fue mejor, no teníamos la presión si jugábamos mal de parte de nuestros padres. Íbamos en ómnibus a todas las canchas de Montevideo, nos cambiábamos en la calle, atrás de los arboles que rodeaban las canchas, no sentíamos el frío del invierno, sabíamos jugar, y ganar, ganar… Compactos, fuertes, sin miedo, jugábamos mejor que todos los rivales, nuestras camisetas eran azules con una franja roja vertical y otro blanca del lado izquierdo. Cuando terminábamos el primer tiempo empatado (rara vez), nos reuníamos y rápidamente hablábamos donde teníamos que vulnerar al rival, y defendernos de alguna figura. Pensábamos muy rápido, leíamos muy bien los partidos a nuestro favor y en contra. Teníamos muchas variantes, entre nosotros nos motivábamos, por las virtudes individuales que nos diferenciaban con el resto, si había que patear, “Tantor”, eludir a rivales, “El Tanito”, el área era mía y de Andrés, por todos lados aparecíamos y quebrábamos al rival. No podían con nosotros, nunca nos enfermamos, no nos lastimamos, fueron años maravillosos…
Fue tanta la fama que teníamos que el equipo casi completo paso junto con Casimiro al baby fútbol del Club Nacional de Fútbol…
Cirilo y Juanita, eran hijos del colchonero, vivían en un corredor que daba a varias casas en hilera, al fondo, vivía otro amigo Boris, que será otra historia. Cirilo usaba lentes como su hermana y madre, el padre era chiquito como su madre, eran muy trabajadores, siempre estaban hilando y cosiendo, hacían y reparaban colchones, no paraban, sus hijos nunca jugaron con nosotros. Ahora que escribo y leo, se parece por los nombres o apodos, al libro de Gabriel García Márquez, “100 años de Soledad”. Nosotros también tenemos nuestros José Arcadio, Melquíades, Amaranta y Remedios Mascote. Las historias son reales, y no tienen final.
Los hermanos eran de nuestra edad, pero con la diferencia que estudiaban, eran hijos ejemplares, nosotros unos hijos de puta, (no por nuestras madres que eran unas santas) no tengo otro adjetivo tan calificativo, ahora que lo pienso, no nos hacían nada, vivían en su mundo, juntos para todos lados, se defendían de nosotros por ser solo diferentes, buenas personas. Los “inteligentes” estábamos en la esquina, o en la cantina del club Sporting, jugando al futbolito y después al billar, en Fray Bentos e Industria. En verano de vacaciones escolares, con Raúl Madruga, otro amigo que vivía, casa de por medio a la mía, nos juntábamos en el fondo que colindaban, con el grito de guerra de los indios, sabía que era hora de “jugar”, nos armábamos con muchas piedras, y desde su casa, bombardeábamos el techo de Cirilo, a la hora de la siesta, dormían y eso enojaba mucho al padre. Los techos eran de chapa así que cada ladrillo o piedra especialmente escogida era como una bomba brasilera del ruido que hacía, que puntería que teníamos, llegaban todas como si cayeran del cielo. Después a escondernos, a esperar, porque sabíamos que “Don” Cirilo subiría al techo a buscar a los responsables, El sabía quiénes éramos, nos tenía que descubrir, mirábamos atentamente por el agujero de otra chapa y al rato aparecía, mirando para todos lados con la mano tapándose el sol haciendo de visera, sin saber de dónde venían tantas piedras, se iba y nosotros nos moríamos de risa. Era así casi todas las tardes, un día descubrió a Raúl, hicimos lo mismo, esperamos y esperamos, mi amigo se cansó y salió del escondite que teníamos, y zas, lo vio, yo ni me moví, y le hacía señas que ni me mirara, el perdió por no hacerme caso, al rato “Don” Cirilo, estaba golpeando la puerta de la casa del agresor, yo desaparecí. Qué paliza que le dieron a Raúl, la madre me culpó a mí por ser mala junta, así que ese día acabaron con el 7º regimiento de caballería. Nos emboscaron…El General Custer perdió.
Cuando recuerdo a “Don” Cirilo, en mi casa haciendo el colchón para mi madre, que tenía cáncer al pulmón, trabajando con tanto esmero por dejarlo en las mejores condiciones, me entra un sentimiento de culpa por todo lo que le hacíamos que hasta el día de hoy quisiera que el tiempo abra una puerta y pedirle perdón…
El “Keko”, era mi vecino lindero, salía todos los días a la misma hora con un carro hermoso, con 4 ruedas grandes de madera y la caja era como un corral de bebes, y en forma de una T era el mango, donde lo empujaba. Era lo más bueno que existía, no se metía con nadie, sus padres ya mayores vivían sus vidas en paz. Pero siempre nuestra mente solo pensaba en que podíamos hacerle una broma para reírnos y disfrutar de nuestras “hazañas”. Hicimos una reunión en el fondo de mi casa en un pequeño galpón de chapas, armamos nuestros cigarros con las barbas de los choclos, que plantaba mi madre y con la pipa de la paz india comenzamos nuestros planes. Siempre había mucha “pica” entre la calle Túnez y Purificación, éramos bandas que no nos teníamos simpatía, queríamos ganarnos en todo, pactamos un partido en su calle, empezamos a juntar a todos, y pensamos en el “Keko” que nos podía dar una mano, era petiso pero fornido, no jugaba nada, ni idea tenía de lo que era una pelota, pero podía hacer bulto. Lo esperamos en la puerta de mi casa, más o menos sabíamos la hora que llegaba. Con Walter Pérez, mi mejor amigo de la infancia, lo llamamos y lo invitamos a participar. -“Keko” el domingo temprano jugamos contra Daniel “El Cocola” Molina, el “Tuerto “Enrique, Eduardo Gómez (tenía problemas motrices, un brazo y una pierna más cortas), pero en nuestro mundo éramos todos iguales, se enojaba mucho, gritaba, pegaba patadas y piñazos a quien estuviera cerca. Los Muñiz, (los chorros del barrio, “la banda de los flacos”, eran rapidísimos y ágiles, cuando pasaban los camiones con surtidos para los almacenes o panaderías, uno saltaba arriba del camión que tenía la mercadería atrás y el otro corriendo recibiendo lo que tiraba hacia la calle), con nosotros se llevaban bien, y no sé cuantos más, la teníamos difícil, eran más grandes que nosotros, capitaneados por “Cocola”. Teníamos también nuestro reglamento interno, el “Gorila” no jugaba, le teníamos miedo, era tal cual el apodo, raras veces cuando lo hacía, “nos levantaba en la pata”, caíamos y nuestras rodillas contra el hormigón se bañaban en sangre, ahí sí que no había devolución de nada, sólo sabía robar y ya tenía alguna entrada a la comisaría. Aparte era de ellos, quién sabe si jugaba con nosotros que reglamento aplicábamos… Con el pasar del tiempo me entere por mis amigos que era uno de los pesos pesados del Comcar.
– ¿Tenes “championes” o zapatos de futbol, “Keko”?, Vimos que no tenía idea de lo que hablábamos, Walter le dice, como los jugadores de futbol, “Keko”, con tacos, ¡¡-Ah!! –Sí, nos dijo,- ¿Ta queres jugar? -¡Siii! -Bueno pensamos que marque a Eduardo y se maten a patadas entre los dos, “El Keko” era muy duro, va a aguantar. Ahora teníamos que convencer a Ricardo Conde, vivía por Industria pero en medio de las dos calles que se confrontarían en duelo futbolístico, jugó con nosotros, Mario Carrero, el “conejo” Julio de la calle Larravide también, Nelson y Ariel hermanos que vivían pegado a Walter también en un corredor al fondo, Daniel Casal y Daniel Nan, los ricos de Túnez, estos últimos nunca iban, fueron por el orgullo de la calle. La cancha se formaba con cuatro paños de la calle de hormigón, a veces en dos, dependía de la cantidad de jugadores que llegaban, los arcos con cuatro piedras y no había pelota afuera, los cordones de la vereda eran los punteros nuestros, hacíamos paredes para eludir a los rivales y seguíamos rumbo al arco, no había goleros, ¡qué problema se suscitaba para validar un gol! era terrible los veinte veíamos diferente, tenía que entrar por el medio y despacito que no hubiera nada que nos hiciera dudar, porque la discusión no terminaba, el partido en estos clásicos se paraba antes. Llegó el día y la hora pactada, ya estábamos por empezar, yo estaba rojo de bronca, el “Keko” no venía. Walter me miraba, sin hablar sabíamos que cuando lo viéramos se la íbamos a cobrar, palabra es palabra, en nuestros códigos de barrio. De pronto dando la vuelta de la esquina, venia el” Keko”, caminado y tropezando con zapatos de taco de la madre, remera blanca, medias hasta la rodilla y pantalón corto. -Keko ¿que haces con esos zapatos de tu madre?,- le dijimos, quedamos sin palabras. Nunca entendió, que los tacos eran los tapones de futbol. Sin hablar entre nosotros y tampoco con los rivales empezó el partido, se las dábamos todas al “Keko”, nosotros y ellos, en un minuto adiós tacos y zapatos, cada vez que la paraba le pegábamos todos, descalzo sin medias, el pobre “Keko” disparaba por toda la “cancha”, le pasaba a un metro igual se la ligaba, pobre se llevó más patadas y golpes que tuvimos que parar el partido porque quedamos sin nuestra estrella y con menos jugadores que el rival, no había que dar ventajas y aprovechamos ese argumento, nos fuimos con la maldad al hombro y por mucho tiempo, el hazmerreír del barrio. El cuadro del “Taquito”… El barrio era dos cuadras, por Túnez, pero solo contaba una, que era hasta Cipriano Miro, después la calle Industria que serían 30 metros de cada lado de Túnez. Contando a mis hermanos, Aníbal y Alberto, éramos 15 niños y adolescentes, en unos metros. Todo este pequeño mundo se desenvolvía en una calle.
Cuando escribo, es más que nada una narración, acá no hay ni puntos ni comas, o signos de interrogación o admiración. Hablo con la letra, trasmito un momento de la vida de todos, no solo mía, sólo la firmo, pero lo que yo viví lo vivimos todos, de diferentes maneras. Así que la vida que he tenido, no es sólo mía, la cuento, como cuando nos juntamos y sabemos que uno de nosotros cuenta la misma historia, pero sabe contarla tiene chispa. Lo bueno que por este medio, viajo por el mundo, donde muchos de mis amigos están, me río de lo que recuerdo, se ríen de lo que leen y volvemos a juntarnos, en nuestras mentes, sentir ese momento, de adrenalina, subiendo por los techos, ser equilibristas y de goma nuestros cuerpos, ahí estamos otra vez robando higos, porque el vecino prefería que se cayeran al suelo en vez de dárnoslos, tocando timbres en los edificios y salir corriendo, deshacer las moñas de las niñas en la escuela, copiar matemáticas antes de entrar a clase. ¿Quién no lo hizo? A veces repito frases, es que se juntan recuerdos sobre recuerdos, la historia se repite, no había televisión, sí mucha imaginación. A ese niño que es mío y tuyo, al niño de salir a jugar y estar bien entrenados, dominar varios juegos a la misma vez, el trompo y sacar las bolitas del círculo en la tierra, “chantar” en el juego de la bolita por figuritas y más cerca de los mundiales, había varias difíciles. La noche que jugaba Peñarol vs. River Plate de Argentina, en Santiago de Chile, por la final de la Copa Libertadores de América, con la famosa parada de pecho de Amadeo Carrizo el golero de River, corría mayo del año 1966. Después de 52 años, en el mismo mes escribo este recuerdo. Estábamos con el hermano de “Cocola” también de nombre Heber pero sin “T” al final, jugando terrible mano a mano por bolitas, el hijo de puta jugaba bien, yo le había ganado el día anterior en Industria y Túnez, de locatario, ahora tenía que ir a Purificación, en esa esquina, faltaban las baldosas de la acera, era buen terreno para el juego, a darle revancha, jugábamos también de visitante, empezamos como a las 18:00 horas y vino la noche, menos mal que había una luz encima nuestro, eran las 22:00 horas y yo no quería parar, estaba perdiendo, saqué todos mis trucos, -¡Me haces “Gañota”! -Fue finita, no “chantaste”, no embocaste al hoyo, va de vuelta, pero entre los gritos de los goles de Peñarol, desde el bar del “gallego” Fernández y la puntería de mi rival, perdí como 80 bolitas, el doble de las que le había ganado, nunca me dio la revancha, ¡¡qué hijo de puta!!, lo esperaba en la esquina, iba hasta la casa, no aparecía, sigo caliente todavía, me desquite a las “piñas”, tenía que ganarle a algo…
“El Mafia”, si nos lleváramos por el apodo, sentiríamos miedo, pero era un pedazo de pan, imitaba a Julio Jaramillo un cantante de la época con una voz de zorzal, siempre cantaba la misma canción, “Nuestro Juramento”, y la acompañaba con sus manos tocando como si fuese una batería con lo que encontrara a mano, el sonido de los platillos lo hacía guturalmente. Era un chimenea, todo el día fumando, me decía “Becha”, arrastraba las vocales, nadie le entendía lo que hablaba. Más que reír hacia muecas y círculos con el humo del cigarro, tenía los dientes muy picados y pequeños agujeros, le daba vergüenza, sacaba de las cajas de cigarros el papel de plomo y se cubría la dentadura de abajo y de arriba, ahora a cantar y reírse de cualquier bobada, su dentadura brillaba. Estando enfermo ya adolescente, como vivía en ese momento solo con mi padre, el “Mafia”, me acompañaba en la tarde con sus canciones e iba a comprar antibióticos para mi dolor de garganta, todos los inviernos me sucedía lo mismo. Ese día era especial, ya que le dije que fuera hasta el bar y llamara por teléfono a mi novia, Gabriela, le repetí varias veces, decile que me siento mal, que estoy en cama y no voy a su casa. Tranquilo “Becha”, le digo todo tal cual me lo decís, ok está bien. Al rato vino, había preguntado por Graciela, nadie la conocía, de parte del “Becha” que solo me lo decía él. -Que quilombo me hiciste “Mafia”, me quería morir, no tenía fuerzas para parame lo quería matar, -Le dije llamala otra vez y le escribí todo, temblando por lo que podría decirle esta vez, no tuve más remedio que esperar que me arreglara el lío. Al rato vuelve sonriente, ya está todo, solucionado, -¿Contame “Mafia” leíste lo que te puse en el papel?, -Si tranquilo “Becha”, Le dije que estabas enfermo, y me dijo que venía a verte por la tarde. ¿-Que? -¡Le digo!. – -No “Mafia”, mi casa es un quilombo, tenemos que limpiar todo, y justo hoy no viene Teresa, una señora que nos limpiaba y lavaba la ropa, venía cuando ella se le antojaba., Me puse nervioso a pensar. ¿-A qué hora le pregunto? –No sé de tarde. ¡¡La puta que te pario “Mafia”!!
-Escuchame bien, presta atención, le decía en tono alto. Si llega a venir alguna chiquilina del barrio, ¡-NO ESTOY!. Solo para mi novia. GABRIELA, ¿Entendiste? – ¡¡-Tranquilo “Becha”!! , con su “faso” de “queruza a la merluza”, y “ entonando “la escribiré con sangre con tinta sangre del corazón”, arregló lo que podía y lo otro a esconderlo que no se viera… –Le repetía, a Liliana decile que estoy entrenando que aun no llegué, a mi vecina que la conoces, Mónica, lo mismo. ¡¡SOLO DEJA ENTRAR A GABRIELA!! La que hablaste por teléfono por segunda vez. Cerca de las cuatro de la tarde, siento el timbre, -Anda “Mafia”, ¡¡ acordate de lo que te dije!! -Si si. Al rato vuelve después de fumar, porque yo no lo dejaba cerca de mí ¿-Y quién toco el timbre? -No sé, no me dijo, ¿-Liliana? –la de pelo corto -Le nombro.– No ¿-La vecina? -No ¿-La “ñata” mi vecina de enfrente? -No, no me dijo el nombre, me repite. ¿-Pero “Mafia” que te dijo?, -Ya temblando y esperando lo peor. -¡¡Que te venía a ver que estabas enfermo!! -Temblando le dije la única que sabía es mi novia. ¿-Era rubia?, Estoy seguro que tendría minifalda, -Pregunto por Jeber, así me decía, no Eber, ¡Mafia pensá! -Sí, ¿y donde está? – Se tomo el 538 enfrente que justo pasaba…-¡¡¡NOOOO “Mafia”!!! La puta que te parió, es Gabriela mi novia. ¡¡-Boludo!! -Me envolví en una frazada y salgo a la puerta, ya no había nadie, solo Walter y Ricardo, los veo en una charla muy sospechosa, ¡Walter! –Lo llamo, “Cabeza” ¿qué pasó? -Estás enfermo? -Sí,- Me dicen, viste una “guacha” divina que pasó recién, -Les digo adivinando. ¿Rubia, de minifalda?, -Sí y con botas, ¿-La viste? ¡¡Estaba divina!! -Si mi novia, la puta que te parió, a los dos. ¿Qué le dijeron? -Nada, nada, no sabíamos que era tu novia. En serio, te lo juro, solo la miramos. –Llega mi hermano Alberto, en su motoneta Vespa blanca, le digo andá hasta la casa de mi novia, le explico lo sucedido, fue a regañadientes a salvarme. Cuando vino, me pinto un escenario peor del que me imaginaba, me decía, el “Mafia” la echó, le dijo que estabas esperando a la novia y que no dejara pasar a nadie. Sinceramente no sé cómo vas a arreglar este lío. Creo que en ese momento la fiebre me había subido a 45º. Miraba al “Mafia” y dale con, “la escribiré con sangre”, -Ya se, como en el futbol, no hay mejor defensa que un buen ataque, pensaba ¿Qué invento?, Cuando mejoré fui a verla, estaba hecha una furia y su madre igual, me gruñeron cuando me saludaron, ya venía preparado, cuando te peleas con la hija, también con la madre. Le digo “¿Cómo vas a ir a mi barrio de minifalda y con botas? Estás de viva, Casi me agarro a las “piñas” por culpa tuya, Salí de victimario a ser víctima, Todo por el “Mafia”.
La “Rubí”, junto con su hermana y sus padres vivían casi en la esquina de Túnez y Cipriano Miró. Eran dos hermosas muchachas en esa época, una rubia y la otra morocha, “Rubí” más alta y Marta más baja. Eran unas veinteañeras, muchos de nosotros no llegábamos a los 10 años. Siempre vestidas de chaquetas a la cintura y polleras ajustadas a la rodilla, muy elegantes ambas, pero Rubí al ser rubia y más alta tenía un caminar que partía las piedras, sinceramente no sé ni que pensábamos cuando pasaba, pero Mario Carrero (Larbanois-Carrero), era mayor que nosotros y estaba saliendo de niño a adolescente, era el más caballero, así que apenas él la veía, gritaba paren la pelota que pasa la “Rubí”, era un silencio que nunca más percibí, como el nombre de la película “Los sonidos del silencio”, y Mario extasiado miraba su andar, principalmente de atrás. Una vez la vimos acompañada y fue general, sentimos celos, ¡¡Epa!! Es nuestra, ya no parábamos el juego, los pelotazos zumbaban las piernas de la pareja, estoy seguro que ella lo percibió, era muy amable con el grupo de “chiquilines” y sabría lo que despertaba al caminar.
LA RUBÍ
el “picado” se moría si llegaba “La Rubí”…
nadie pedía la “globa”, nadie encaraba eludir,
ninguno “tiraba” magia -si la veían venir-
si asomaba por la esquina
¡la figura de “la Rubí”!
entonces yo no entendía; entonces nunca entendí…
¿por qué el “picado” se “moría” si pasaba “la Rubí”?
cruzaba con un meneo… ¡que ni pa’ vos ni pa’ mi!
con un pasito felino que a todos hacía gemir,
recién de grande lo supe, ya mayorcito entendí,
por qué ¡el picado se moría!
si pasaba “la Rubí”…
pero entonces no sabía; entonces ¡nunca entendí!
pero hoy ¡qué lindo sería!
¡ver pasar a “la Rubí”!
pero hoy ¡qué lindo sería!
¡que volviera “la Rubí”!
Texto: Mario Carrero
Música: Eduardo Larbanois
Con el tiempo y con nuestras vidas definidas, yo había colgado los “botines” hacia tiempo y Mario Carrero con su famoso dúo deleitándonos a todos con sus canciones, nos encontramos, en mi casa, sabía de mi relación con Alcides Ghiggia y él quería hacer una canción del año 1950, “El Maracanazo”, pero más de adentro, de lo que sintieron antes y después del partido, los muchachos de entonces. Creo a mi gusto la más linda letra y con sentimientos que escuche de aquella épica jornada, “Crónicas de la Soledad”, La famosa frase de Ghiggia que le dijo a Miguez reclamándole el pase, que se había convertido en gol, “Dejala ahí que así está bien”. Quede asombrado como Mario hizo una canción de lo que contaba Alcides, ¡¡Otro Golazo!!.
-Te acordas Hebert cuando me invitaste a comer pizza una noche que nos encontramos en 8 de Octubre e Industria? Yo venía de estudiar de la UTU, y vos de la casa de tu novia. Estaría enfermo le dije, si tendría que pagar algo en esa época era realmente un milagro. -Pero dentro de todo era una verdad a medias, – ¡Yo nunca me olvide!, -Me dice, Mario.
-En aquellos años a mí, el estomago me hablaba, siempre tenía mucha hambre y justo veo a Mario con sus libros, era cierto lo invité, porque a mí ya me conocían los pizzeros, y me exigían que pagara antes de servirme, así que entrando de a dos y con alguien nuevo me atenderían sin problemas. Yo siempre comía con mis amigos en la última puerta de la calle Industria, de parados pedíamos las pizzas directamente a los que la elaboraban, el mostrador recorría también parte de la calle 8 de octubre, la caja esta en el centro, así que cuando “pagabas” tenías que ir hasta el medio del bar. Al terminar de comer, le digo a Mario, bueno vamos? -Si me dice, ¿pero Hebert yo no tengo dinero? -Yo tampoco le respondo. -Cuando se de vuelta el pizzero, seguime le digo. ¿Queee nooooo?. ¡Espera!… Se da vuelta el pizzero y yo en la puerta, Mario atrás corriendo, -Me quería matar, estábamos llegando a la calle Jacobo Russeau y Mario seguía su carrera desenfrenada gritándome si estaba loco… Estuve 4 meses que me bajaba del ómnibus en 8 de Octubre y Comercio, por no pasar por el bar y que me reconocieran, contaba Mario.-¿Qué vergüenza me hiciste pasar!
–¡¡Pero estaba riquísima!! jajaja…
-Y seguimos esa carrera desde el bar de Industria, hacia la vida, caminos diferentes con los mismos sueños, las mismas ansias, como cuando ibas a disputar una pelota en la calle Túnez, y el rival era más grande que uno, te iba a “levantar en la pata”, pero igual seguíamos, así es la vida, muchos nos han pegado, pero de atrás y el “juez” no cobró nada y fue penal. Otras las esquivamos saltando, lo importante es llegar a la meta que cada uno se ha marcado. Somos de la Unión, del barrio de “acá”, el partido siempre lo vamos a jugar, “El Montesco” vs. Vida…
Llegó el momento de pasarle la pelota a Mario Carrero, el escribe nuestra historia…
-Familia “Berro”, vivían frente a mí, los ricos del barrio, eran dos hermanos, “Chichita” y “El Toto”, una casa enorme – para nosotros una verdadera mansión- alta, de dos plantas, terrazas, balcones, techos con tejas a varias aguas… el terreno era enorme, con jazmineros, plantas y árboles de todo tipo… caminos interiores de pedregullo con canteros de ladrillo, todo muy bien cuidado… tenían dos perros ovejeros educados en el Plantel de Perros, el Alí y el Arapey… el terreno abarcaba toda la esquina, tenía frente por las dos calles, por Industria unos 20 mts y por Túnez más de media cuadra… todo cubierto por una verja perimetral que cubría los dos frentes… las veredas eran de césped y obviamente, les molestaba tremendamente que jugáramos al futbol en la calle… no eran mala gente, hoy y a la distancia los entiendo más… nosotros a veces éramos treinta jugando al futbol seis horas por día…
Túnez arranca en Industria y llega hasta Larravide… una sola calle por medio; Cipriano Miró… en cada una de esas cuadras había una barra bárbara de gurises… nosotros éramos los del “barrio” de acá… Túnez entre Industria y Cipriano Miró… los otros eran ¡los del otro barrio!… con todas las implicancias que eso conlleva en el Uruguay… rivalidad deportiva, el cuidado exacerbado de “nuestras hermanas y vecinas”… ¡una cuestión de territorios y códigos muy marcada!
El caso es que con los hermanos Berro empezamos a tener problemas cotidianos con el tema de la globa, pelota que caía para dentro de la imponente mansión, pelota que perdíamos… ¡”si cae acá no la ven más!” “¡vayan a joder a otro lado!”…esa era la respuesta siempre… así que cada vez que alguno la “ventaba” y el esférico caía en lo de los Berro la consigna era no golpear las manos para ir a pedirla… había que “rescatarla”… para eso, tuvimos que inventar una estrategia… no llamábamos para pedirla… lo que hacíamos era aplicar la estrategia de la distracción… unos iban por Industria y atraían a los perros y otros – los más ágiles y livianos- tomábamos carrera y apoyando una mano sobre la “verja”, la saltábamos “limpita” cayendo en el interior, corríamos, agarrábamos la pelota y volvíamos a repetir la pirueta a la inversa para salir… todo antes que llegaran los perros… recuerdo que hubo una época en que los perros se repartían la tarea… uno iba hacia “la distracción” y el otro se quedaba campaneando por donde venía la jugada…
Contra la “verja” había plantas con unas flores muy grandes, eran Hortensias… un día estábamos jugando un partido de esos de rompe y raja… habían “pisado” para elegir jugadores, el Jorge y el “Pocho”… hijos de Washington “Perro” Pérez y de “Chichita”… Washington fue obrero de la FUNSA, una importante fábrica de neumáticos, destacado e histórico militante sindical fundador de la Central Obrera Uruguaya, la CNT (hoy PIT/CNT) toda una referencia para muchos de nuestra generación y que estuvo exiliado muchos años en Suecia… el “Pocho” y el Jorge, sus hijos mayores eran boxeadores, los dos pesos pesados y peleaban por el club Villa Española… eran las épocas de Alfredo Evangelista, del “Pocho” Porcal… con el “Pocho”, el Jorge y Evangelista llegué a salir de “guitarreada” varias veces… llegábamos a los boliches y ellos me presentaban… “apadrinado” por tres pesos pesados ¿quién les iba a decir que no? Yo me podía mandar todo el repertorio y no volaba una mosca.
En una de esas incursiones cantoras llegamos al barrio de Villa Española… por la sede o alguna cantina cercana, una zona de muchos boxeadores…
Hace muchos años de esto, por esos días Nacional jugaba por la Libertadores contra el Palmeiras de Brasil, por los años ’70, en Nacional jugaban Manga, Artime, Espárrago, Maneiro, Montero Castillo… el entrenador era Washington “Pulpa” Etchamendi… en el Palmeiras lo hacían, Leao era el golero, Brandao el director técnico, jugaba Adhemir Da Guía, un volante mixto, de acuerdo a la definición de hoy -hijo de Domingo Da Guía, estrella del futbol brasilero-.
Adhemir Da Guía era una pesadilla… y la Libertadores siempre fue la Libertadores… se “disputaba” dentro y fuera de la cancha, valía todo… el “Pulpa” Etchamendi ¡toda una leyenda de nuestro fútbol! un hombre del cual se cuentan miles de anécdotas míticas imperdibles, tenía fama de ser un técnico “pícaro”, “bicho”… había dirigido entre otros clubes de la época al equipo Canillitas del barrio Villa Española… el “Pulpa” había mandado a buscar unos cuantos boxeadores peso liviano o ligero (para no despertar sospechas) y los había hecho llegar a la zona de vestuarios del Centenario, equipados con la indumentaria de los futbolistas de Nacional… antes de empezar el partido y al cruzarse cerca del túnel con los del Palmeiras, los improvisados “futbolers” le dieron unos cuantos “sopapos” a sus rivales sobre todo a Adhemir Da Guía… luego, se fueron sin dejar rastros (salvo en la cara del Adhemir)… esa noche el partido estuvo picadísimo, lo ganó Nacional y Da Guía anduvo “medio perdido” en la cancha.
Pero sigo con el cuento con los hermanos Berro. Un día, “el Jorge” y “el Pocho” habían “pisado” eligiendo jugadores, y se habían armado dos equipos en consecuencia… un “pesado” para cada lado y toda la “majuga” repartida, todos los partidos terminaban igual… con lío entre los dos hermanos… porque los más livianitos hacíamos siempre la misma; tocar la pelota por un lado y pasar por el otro o hacer la “boba”, la moña a dos bandas con el cordón de la vereda… ese día, toque por un lado de “el Jorge” y corrí por el otro… Jorge para darse “vuelta” tenía que “estudiar” pero esa vez le dio para “levantarme en la pata”… “el Pocho” salió a defenderme y yo, animado por esa defensa le empecé a decir a “él Jorge” cuanta barbaridad se me vino a la mente… hasta lo desafiaba a pelear (pelear imposible… eran 40 kilos mojado contra 80)… “el Jorge” me sobraba y me hacía calentar más… “anda a pelearte con un plato de guiso” jajaja… el caso es que “el Walter”, que era el hermano menor de los “Perros” o los “Bulldog” -como les llamábamos en la barra aunque no les gustaba mucho – fue el que se terminó calentando con todos los insultos que yo le estaba destinando a “él Jorge” su hermano y se me tiró arriba… en edad era menor que yo, pero en lomo era casi igual a los hermanos… yo medio me agaché para esquivarlo y “el Walter” pasó por arriba mío y cayó de cabeza… lloraba y se quejaba de dolor… “el Pocho” y “el Jorge” le hicieron arrancar flores para ver como la bancaba… obviamente, las flores eran las hortensias de los Berro… y las arrancaba sin dificultad aparente ¡pero en un solo grito!… el caso es que se había fracturado la clavícula… yo, además de sentirme mal por lo que le había hecho -aunque sin intención- a un amigo, también estaba “cagado” por las posibles consecuencias… pero no pasó nada… para toda la familia -incluidos “ la Chichita” y El “Perro” Pérez, el tema quedó por un “son cosas del futbol” y nada más.
La casa de los Berro no era el único problema para jugar a la pelota en el barrio… los partidos se “paraban” al grito de “gente” o “auto”… y había que quedarse en “modo estatua” y no intentar “ganar metros” con la posesión de la pelota…
Otro problema era la policía… la “cana”, como le llamábamos… había que jugar cuidando sus recorridas… no estaba permitido jugar en la calle, por tanto si te cazaban jugando te decomisaban la pelota y la cortaban… esto rara vez ocurría, porque nosotros, cuando alguien alertaba con el grito de ¡la cana! escondíamos la pelota y nos sentábamos en el cordón de la vereda como si no estuviéramos haciendo nada, y los “milicos” también se hacían los “sotas” y seguían de largo… había como una especie de pacto o equilibrio no escrito… nosotros no forzábamos la situación y ellos se hacían los que no sabían que estábamos haciendo, cosa que era absurda porque era muy visible… las veces que recuerdo que perdimos alguna pelota fue por no darnos cuenta a tiempo de la llegada de la “autoridad”… eran otros tiempos… hoy pienso que terminaría todo en una batahola total porque se ha perdido el respeto… nosotros íbamos al estadio todos juntos… los de Nacional y los de Peñarol… a veces nos encontrábamos en el reloj de la Olímpica… (Escribí una canción recientemente en la que hablo de ese reloj)… juntábamos periódicos y los vendíamos a “voluntad” para hacer unos mangos para la entrada… o abríamos la puerta de los taxis esperando la propina…
FIN DE AÑO
Fin de año eran una cosa aparte; Jorge Pérez se había comprado una “cachila” Ford “T” que pasó a ser el “móvil” de la Barra… en ella salíamos para las fiestas a dar serenatas a los vecinos y de pasada, mangar algún comestible o sobre todo, algún “bebestible”… arrancábamos pasada la medianoche, después de que cada uno había pasado con su familia y casa por casa, vecino por vecino llegamos con la “cachila”, cantábamos un par de canciones, brindábamos y seguíamos para otro “tablado”… casi siempre, la terminábamos en la playa Buceo, ya con el sol alto y varios “cadáveres” producto de la “gira”.
LAS COMIDAS CON GUITARREADA.
Las “comidas” colectivas eran en la casa del Hebert Revetria y eran otra fiesta aparte, no llegamos nunca a comer un asado, morían por orden de importancia lo que podíamos juntar para comer, pucheros, tallarines con tuco, guisos o ensopados… se arrancaba con una colecta entre los “solventes o laburantes” para los insumos, se coordinaba con el papá del Hebert, hablaban los más grandes con el viejo y se arreglaba enseguida; la casa del Hebert era una cosa enorme, de aquellas casas frontales, con muchas habitaciones, patio central -creo que con claraboyas- y un fondo muy grande con quinta y todo… yo era uno de los cotizados, pero además -y esto era lo más importante… era el cantor oficial… a esta altura, yo ya estaba bastante entreverado en el oficio, con apariciones en televisión e incursiones por cuanta peña había…Guitarreada, El Millonario, Esta tarde en lo de Anselmo, contratos en Canal 10… y arrancaba a cantar y no paraba más… ahí ya no estaban los hermanos del Hebert… de los que a propósito, tengo un tenue pero muy cálido recuerdo… eran mayores que yo Alberto y Aníbal jugaban muy bien al futbol… (dicen las malas lenguas y para ser fieles con el precepto uruguayo de que los hermanos siempre juegan mejor que el “hermano famoso”, jugaban mejor que “Artimito”)… del papá tengo el recuerdo de verlo pasar por Industria, con un tranco lento pero importante y siempre de traje y corbata… no sé si será así… pero es lo que me quedó en el disco duro… en esas comidas, solo al final y producto de la liberación que provoca el vino cortado, cantábamos alguna todos juntos… pero el “profesional” era yo… una de las que solíamos cantar juntos era “Almendra”… de Los del Zuquía… una que al final dice “que bonita floooooor” y el coro va haciendo una especie de contracanto “bom bom bom… bom bom bom”… el coro era toda la barra, el remate lo hacía yo golpeando con un remolino de dedos sobre el aro de la guitarra y ahí ¡era el despelote!, los aullidos, el griterío… ese tintineo es un recurso muy obvio entre los guitarristas pero para la barra, yo era ahí “Cacho” Tirao, Abel Carlevaro ¡yo que sé!… no recuerdo en tantas y tantas comidas, ninguna pelea o discusión…
En una de esas comidas nos quedamos sin el vital elemento… se nos terminó el vino cortado… y además, se nos terminó el “efectivo”… el tal vino cortado era el célebre 7 y 3… en una damajuana poníamos tres Fanta o Mirinda (unas “naranjitas” terribles de la época) y el resto era vino suelto… una ecuación perfecta… el Juan Gonzales cazó la damajuana vacía y si un “mango” en el bolsillo arrancó para el almacén de Michelotti… el almacén quedaba por Industria, pegado a lo del Ricardo Conde… al pobre Michelotti lo teníamos acalambrado a “crédito” y ya no aguantaba más… pero Juan Gonzales llegó y con mucha decisión le puso la damajuana sobre el mostrador y le dijo… “Michelotti, 7 y 3″… Michelotti agarró la damajuana, le vació adentro tres “Mirindas” y completó con vino suelto… Juan Gonzales (tremendo jugador además) cazó la damajuana bajo el brazo y con un “mañana le pago Michelotti” se empezó a despedir… el pobre Michelotti no tuvo opción… o fiaba o se tenía que tomar él siete litros de vino cortado… resultado final: la cantarola se estiró otro rato y Michelotti cobró, pero un par de días después…
EL MONTESCO
La barra también supo incursionar en el “futbol grande” de cancha… no siempre fue futbol callejero… en la calle se aprendían otras cosas… tenía sus ventajas y sus desventajas… la cancha no tiene cordón… no está al lado de la casa de los Berro y no hay problemas para recuperar las pelotas que se van lejos… pero para la cancha, hay que tener “equipos”… zapatos, pantalones, camiseta, canilleras… en fin, todos los “chiches”… ya muchos habíamos tenido chances en el baby fútbol… en el Munar, el San Lorenzo… pero había que dar el salto…
Después de una decisión con el Sporting Unión, un club de barrio que estaba por la calle Fray Bentos, un poco más arriba de Túnez, resolvimos fundar nuestro propio cuadro y entrar a un campeonato que hacía “La Escuelita”…
Tenía su cancha pegado a la escuela 118, en Industria y Algarrobo, al lado de lo que fue “El Cilindro”… entre sus jugadores había varios “profesionales” de la época… los hermanos Luis y Daniel Mantegazza, Víctor Fierro, Pedro Álvarez…etc.…
Jorge Pérez vino con la idea… el trabajaba en el Correo y uno de los directores era el Cdor. José Pedro Damiani… “le voy a mangar para las pilchas”…nos dijo.
Volvió con dos novedades… una “mala” y otra “buena” según él… la buena; tenemos todos los equipos… de pies a cabeza… la mala; al equipo le tenemos que poner “Montesco,”.. Era un caballo de carrera de Damiani… ¡obviamente! le pusimos Montesco… ¡le hubiéramos puesto cualquier nombre!… ¡la cosa era tener las pilchas y entrar en el campeonato!
Jugadores sobraban… yo, que ya andaba cantando y me quitaba mucho tiempo, ¡¡¡era suplente!!!… estaban- entre otros tantos que seguramente me voy a olvidar- Carussini en el arco, Omar Casanova, Julio Lorant, los hermanos Daniel y Heber Molina, El “tuerto” Enrique, Nil Chagas, Jorge y “Pocho” Pérez, Rodolfo “Tantor” Abalde, el “Ruso” Olivera, el “Conejo” Julio, Ricardo Domínguez, Luis Fernández “Pupeo”, Juan Gonzales… Ricardo Conde y Hebert Revetria eran de esa “camada” pero por mudanzas y esas vueltas de la vida, como yo, alternaban menos… ¡un cuadrazo! que marcó toda una época y que está asociado a esa etapa de la infancia nacida muchas veces, en dos paños de una calle tan cortita como Túnez…
CRÓNICAS DE LA SOLEDAD
Empezamos a hablar del tema con Eduardo Pereira… veníamos de regreso desde el Festival de Durazno… el dúo había terminado de cantar allí, y Eduardo nos había acompañado como tantas otras veces…
“Alcides vive en Las Piedras y para, casi todos los días, en un restaurante en donde hasta le tienen una mesa reservada” “podríamos ir hasta allí a hablar con él”… yo le había comentado que quería contar y cantar la epopeya de Maracaná, pero quería hacerlo desde otro lugar, desde un lugar más alejado de la épica y más cercano a lo más cotidiano, más tangible, más humano… ya hay mucho escrito y cantado sobre el tema y no quería repetirme o hacer algo que quedara como una canción más…
Nos comunicamos con Hebert Revetria… por distinto lado tanto Eduardo como yo lo conocemos… yo por toda nuestra niñez, en La Unión, la calle Túnez, Industria, los amigos… con “el Hebert” tenemos un mundo de historias compartidas en aquellos años en los que teníamos más sueños que moretones y más tiempo para todo… Eduardo Pereira, por sus trayectorias futbolísticas y su relación comercial con Tenfield… a su vez, Alcides desempañaba tareas de Relaciones Públicas en Tenfield, una forma de mantenerse y mantenerlo en actividad y apoyarlo en su etapa post-futbolista…
Nos reunimos tres veces en primera instancia en la casa de Hebert… asado por medio, mate, guitarras, alguna bebida más espirituosa y muchos recuerdos en la vuelta… otra reunión posterior en lo del Tano Gutiérrez… el caso, es que el proyecto de canción -tal cual aquella pelota que entró dando “saltitos” al arco de Barboza- empezó a rodar… y después de varios intentos y muchos borradores la pude considerar terminada… Alcides, en el ínterin me llamaba día por medio y me la reclamaba… “¡ y cantor! ¿para cuándo la canción? “¿nos comiste y nos tomaste todo y no escribiste nada todavía?”
Para la grabación, fuimos con Gustavo Montemurro -músico, arreglador y compañero del dúo y Ernesto Diverio -manager del dúo- hasta el restaurant de Las Piedras y allí, grabamos con Alcides ese diálogo en donde cuenta su charla con Miguez cuando el celebrado gol y que antecede a la canción en el CD…
Nació a partir de todas estas instancias con Alcides, una relación muy estrecha, al punto que nos acompañó en una gira en la que el dúo, junto a Emiliano y El Zurdo -Emiliano Muñoz y el “Zurdo” Freddy Bessio- la cantábamos como cierre y plato fuerte del recital “Cuatro en Línea”…
“Cuatro en Línea” fue un espectáculo que se estrenó en el Teatro de Verano, con la presencia de un Alcides de pie, en primera fila visiblemente emocionado y ovacionado por toda la multitud…
Para una gira posterior, Alcides se sumó al “cuadro” y tenía una participación especial; se subía al escenario en todas las presentaciones y allí teníamos “en vivo” el dialogo en donde cuenta el origen del “déjala ahí… ¡que así está bien!”.
Tanto se había comprometido Alcides con la canción y con la gira, que me llamaba para preguntar… ¿dónde nos toca ir ahora?… ni que hablar que nosotros encantados con su compañía… por otra parte, la gente se copaba cuando él subía al escenario y al final se sacaba -al igual que todos nosotros- centenares de fotos con todo el mundo… hicimos no menos de quince actuaciones por todo el país; solo dejó de ir a consecuencia del accidente que tuvo y del que -aunque estuvo internado y en estado de coma por varios días- al fin logro zafar… se ve que ya tenía resuelto irse -como al fin ocurrió- un 16 de julio, aniversario del Maracanazo…
Durante las largas sobremesas en los asados preparatorios, Alcides nos contó un millón de anécdotas, que quedarán para alguna otra canción, o para enriquecernos el alma cada vez que evoquemos los momentos vividos.
También hubo -¡no podía ser de otra manera!- espacio para reírnos un rato… yo, por ejemplo, lo tenía “alquilado” con la incidencia del gol a Barboza… “andá, le decía -mirando juntos la filmación- lo hiciste porque le pegaste al piso, mirá como “levantas tierrita”, si le pegas de lleno la sacas del estadio” el siempre tenía alguna respuesta… “la polvareda es por la línea de cal cantor” “¡que sabrás vos de esto si además sos “bolso”! y ya me encajaba “el 9 contra 11”, “el día que se cagaron y no volvieron para el segundo tiempo” “los quinquenios” y así seguía…
Una noche, con “el Hebert”, empezaron a sacar cuentas de los goles convertidos en sus respectivas carreras… en determinado momento “el Hebert” le dice… “entonces yo tengo más goles que vos”… Alcides lo mira con cara sobradora y le contesta… “pero yo tengo alguno un poquito más importante que todos los tuyos juntos”.
El día de su partida, lo llamé por la mañana para saludarlo por ese gol que silenció a Maracaná… me respondió la grabación de su contestador… el ya estaba internado… esperando para entrar a jugar su último partido acá, en la tierra.
Mario Carrero.
Montevideo.
01/06/18.
Mario Carrero. (Larbanois – Carrero, (músicos)
Ricardo Conde (futbolista profesional)
Rodolfo Abalde (futbolista profesional)
Hebert Revetria (futbolista profesional)
Julio Lorant (futbolista profesional)
Daniel Molina (empresario)
Enrique (empresario)
Jorge Pérez (boxeador)
“Pocho” Pérez (boxeador)
“Los flacos” ¿?
“El Gorila” (Comcar)