Murió Aníbal Paz pero el fútbol sigue siendo su vida
Una casa espaciosa y confortable a una cuadra del Parque Central, un estar amplio, fresco, con toda la luz de la mañana. Don Aníbal, su robusta presencia, su mirada brillante, sus manos como raíces de ombúes.
“¿Aquella pelota de antes le lastimaba las manos?” le pregunté al final de la entrevista, ya en confianza.
Sí. Tengo todos los dedos lastimados. Pero no sólo por la pelota; más de una vez me ligué una patada en las manos. Una vez en el barro. El forward le erró a la pelota y me abrió una mano. Pero aquella pelota tenía tientos por todos lados y unos hilos que eran como cuerda gruesa. Te pegaba en el pecho y te quedaba ese pecho que yo todavía lo siento. Me toco el pecho y siento todavía los pelotazos. ¿Qué querés? ¡Había que ponerle las manos a esa pelota! ¡Dios nos libre! ¡¿Y con las manos entumecidas con los fríos del invierno?! ¡¿Y cuando llovía?! ¡¿Sabés lo que pesaba embarrada esa pelota?! Le pegabas para sacar del arco y la dejabas a diez metros. Ahora vuelan. Vos las ves y hacen zigzag en el aire.
Eran épocas mitológicas, en que el país amanecía un viernes de septiembre del 39 con la noticia de que “El Canario” Paz estaba internado con apendicitis y el domingo “El Canario” salía a la cancha para disputar el clásico.
¿Cómo era aquel fútbol? ¿Se tomaban un litro de vino y después iban a la cancha?
Yo creo que todo triunfo de toda persona en el deporte es según cómo se comporte en su vida privada. Si no se cuida no puede triunfar nunca. Tiene que cuidarse porque si no el entrenamiento lo mata. Y después otra cosa: Hay muchos muchachos que han fracasado porque la prensa habló muy bien de ellos y no supieron soportar ese halago. Se marearon. Hay muchos que se marean. Antes la prensa no se ocupaba tanto del fútbol. No hablaba demasiado. Hablaba lo que hay que hablar. Hoy a veces hay cronistas, sin tratar de ofender a nadie, que quieren ensalzar a un muchacho que todavía no está pronto y eso lo marea al jugador joven. El jugador tiene que estar muy preparado para que hablen bien de él y no se maree, que entienda que el fútbol es un trabajo y si se quiere triunfar, es un sacrificio. Por ejemplo, el cigarrillo es la muerte del deportista. Todos los que empiezan a fumar (y hay muchos jugadores que fuman) se hacen del peor enemigo: el cigarrillo. El que no se cuida en el fumar y en el tomar, está liquidado. Yo nunca fumé.
Para Aníbal Paz la clave del éxito del arquero no está bajo los palos sino en la salida a cortar, el dominio del área y la voz de mando.
¿Cómo era el fútbol de la década del 20, en su niñez?
Era fútbol de barrio, jugábamos en la calle. Yo soy nacido en Belvedere, en la calle General Hornos. Jugábamos todo el día. A veces en el campito, a veces en la calle. Era una vida muy linda, muy sana, sin salir mucho de ahí, pero jugando todo el día. Había mucho entusiasmo por el fútbol.
¿Usted ya jugaba de golero?
Yo siempre jugué de golero. Jugábamos en la escuela de Garzón y Pena, donde yo me eduqué y siempre jugaba de arquero.
Por vocación.
Sí. Pero también porque de otra cosa no sabía.
Y además de jugar ¿veía fútbol?
Iba a ver a Bezzuso para aprender. Bezzuso sabía ordenar la defensa, cosa fundamental en un arquero. El golero tiene que hablar a sus defensas porque él está mirando de frente y la defensa viene hacia atrás. La defensa no puede ver cómo está la situación en el área. Entonces el arquero tiene que ser el dueño del área. Una vez antes de un partido contra Peñarol le dije al Cabezón Romero: “Cabezón, no te me pongas adelante cuando yo te grite mía”. “Quedate tranquilo que yo te voy a hacer caso” me dijo. Empieza el partido. Hay un ataque de Peñarol. La tiene el puntero, va a tirar el centro y cuando la pelota sale del pie del jugador yo grito: “¡Mía, Cabezón!”. Pero se me metió adelante. Entonces le metí la rodilla en la espalda. “¡Uy, me mataste, Canario!” gritaba.
¿Y después de eso aprendió?
Aprendió, sí, aprendió. Y aparte de ser un gran jugador era un gran amigo. Por un tiempo guardé la foto de ese incidente y después de años, un día ordenando los papeles, saco la foto de un diario y veo mi rodilla en la espalda del Cabezón. Lo llamo y le digo: “¿te acordás del rodillazo aquel que te metí en la espalda? Estoy viendo la foto” y me dice: “Cómo no me voy a acordar si todavía me está doliendo“. Pero tuve que hacerlo porque el arquero que no habla es un muerto. El arquero tiene que mandar, tiene que ser la voz, tiene que ser el dueño del área para hacer triunfar a toda la defensa. Tiene que dirigir, porque él está mirando todo de frente y la defensa viene hacia atrás. El arquero tiene que tener un entrenador que le enseñe. Si es entrenador y fue arquero tiene que saber salir y hablar y enseñarle a los arqueros jóvenes. Yo digo que en el arco ataja cualquiera bien entrenado, aunque no sea arquero. Debajo de los palos, si está entrenado se tira y la pelota le pega o no. Pero lo esencial es saber salir del arco. Esa es clave del triunfo de los arqueros.
¿Usted cree que en Uruguay no saben salir?
Lo creo. Pero no solamente de los arqueros uruguayos. En el fútbol europeo es un desastre. Está peor que acá.
¿Ve mucho fútbol europeo por televisión?
Claro. Y a veces miro y me pregunto: “¿por qué se queda ahí parado ese muchacho?”. Le hacen goles de cabeza de al lado. No puede ser, m’hijo.
¿En su época cómo era? ¿Tenía más escuela el uruguayo o el europeo?
No. El arquero uruguayo era superior. Teníamos a Maquiavelo en Racing, un arquerazo que fue a Peñarol. Estaba Pereira Natero, que era un león…
Pero usted me decía que aprendió con Bezzuso…
Bezzuso fue el tipo más elegante que he visto en mi vida y era un arquerazo. A él no le enseñaron a salir, pero en el arco era un maestro, un arquero que daba seguridad total.
Era el arquero de Wanderers, ¿a qué canchas lo iba a ver?
A la de Wanderers, a la de Bella Vista, a la de Liverpool, también me llevaban a la de Rampla contra la bahía… Iba a ver a Wanderers para ver a Bezzuso.
El ómnibus costaba un vintén (dos centavos de peso) y ganaban ocho pesos por partido. Pero para cobrar había que poner plata…. O pedírsela al gallego de la esquina.
¿Cuál fue su primer equipo, don Aníbal?
El General Hornos, amateur, ahí en el barrio. Después fui a Liverpool con 16 años. Era un buen cuadro. Yo empecé jugando en la reserva y el titular del primero era Barbotto, muy buen arquero.
¿Cuántos años en Liverpool?
Cinco o seis. Después pasé a Bella Vista y de Bella Vista a Nacional.
¿La cancha de Liverpool era la misma de ahora?
No. Estaba en El Prado, donde está El Rosedal.
Cuando estaba en Liverpool recién empezaba el profesionalismo, ¿cómo era aquello?
Era una gente fenómena del barrio mío, de Belvedere. Teníamos al Tano Sena, un centroforward excepcional. Estaban los Barriola. Pero ganábamos muy poca plata. No lo digo por poner en tela de juicio a la comisión directiva ni por criticar, ya que todos hacían lo mismo porque no había plata. Pero ganábamos por partido. Nos llevaban a un bar y nos daban un refuerzo y una botellita de malta y nos quedábamos contentos. Nadie decía nada, porque no había plata. Jugábamos por el ánimo de jugar. En realidad era otra vida, amateur.
¿Y después en Bella Vista?
Era lo mismo. Después en Nacional sí, ganábamos ocho pesos por partido.
¿Y eso cuánto valía?
¿Cuánto valía? Le voy a contar una anécdota para que se haga una idea. El ómnibus costaba un vintén (dos centésimos de peso). Un día llegué a casa y le dije a mi madre que me faltaba el vintén para el ómnibus que me tomaba en Belvedere para ir a cobrar a la sede que tenía Nacional en 18 de Julio (una de las tantas sedes que tuvo). Entonces mi mamá me dice: “Tome, m’hijo, pero no pierda este vintén porque nos morimos de hambre en la semana”. Ahora, antes de proseguir, quiero hacer una salvedad. Esto no lo cuento para ir contra Nacional. Quiero referirme a la nobleza que había, a la nobleza con que se trabajaba y a que nosotros no éramos tan ricos como se pensaba, que cuando estábamos nosotros en Nacional ganábamos la plata a carradas. Llegué a la sede, me recibió el tesorero y me dice: “¿Qué venís a hacer?”. “Vengo a cobrar ocho pesos del partido del domingo”. “Bueno, sentate”. Preparó el recibo y me lo extendió. “Firmá acá. Pero antes dame un vintén para el timbre”. “Dígame una cosa ¿no me lo podría descontar de los ocho pesos?”. “Ah, no, no. Andá a decirle al gallego del bar que te de un vintén”. Fui al bar y le dije al gallego: “no me presta un vintén”. “Pa’ qué quierres” me dijo. “Porque no me pagan si no tengo un vintén para el timbre”. “¿Y por qué no te lo descuentan?”. Parece incomprensible pero el tesorero no lo hacía con mala fe. Simplemente era así. Siempre se hacía así. Y teníamos amistad con todos los dirigentes.
¿Y el gallego le prestó el vintén?
Sí, sí. Si no, no cobraba.
¿Cómo llegó a Nacional?
El padre mío era muy hincha de Peñarol. Un paisano bárbaro. Jugando yo en Bella Vista, un día me lastimo y estaba en la cama, cuando vino a buscarme Peñarol. Me daban un buen porcentaje, pero a la media hora vuelven y me dicen: “Aníbal, ¿nos va a perdonar? Hay dos arqueros que vienen gratis, Maquiavelo y Peri (los dos de Racing). No cobran prima inicial ni nada”. “No hay ningún problema” le dije, “ustedes saben lo que hacen”. Al otro día vino Nacional y yo pensé “De acá no me escapo, porque como están las cosas…”. Faltaba plata, el finado mi padre trabajaba en el puerto. Nacional me daba mil doscientos de prima y por partidos eran cuarenta pesos por mes, era plata. “¡¿Pero por qué firmó?!” me dice mi viejo enojado, “no le dije que no firmara”. “Papá, no tenemos para comer. No se haga mala sangre”. Pasó el tiempo. Después, cuando jugábamos contra Peñarol, ganábamos y el viejo se ponía traje nuevo y se paraba en la puerta. Pasaba la gente y lo saludaba, “¡Mayor!” le decían y festejaban y él festejaba también. “¡Nacional es lo más grande!” gritaba y era un hincha de Peñarol bárbaro. Son cosas lindas, pobre viejo… No todo era brillante, pero pasábamos bien. Yo tengo un recuerdo sensacional del fútbol. Fue mi vida y sigue siendo.
¿Sigue viendo fútbol?
Sí, sí. Si yo no voy, por televisión lo veo. Me gusta con locura.
Volviendo a La Máquina Alba del Quinquenio ¿Qué arqueros había en Nacional cuando usted llegó?
Estaba el Flaco García, Eduardo García y estaba Di Matteo. Había ganado Nacional el campeonato nocturno donde debutó Atilio y el arquero era el Flaco García. Le estoy hablando del año 39. Después en el 50, cuando volvimos del mundial, vino el Gato Peñalba, un argentino. Pero ¡qué arquero Eduardo García…! Brillante y muy buen tipo.
¿Y además de Atilio y Eduardo García…?
Estaban los mayores, porque yo llegué a Nacional con 22 años y estaban Roberto Porta, Ricardo Facio, Viviano Zapirain…
¿Y comó se formó la famosa Máquina?
Había grandes jugadores. Luis Ernesto Castro, Aníbal Ciocca, Atilio García, Roberto Porta, Viviano Zapirain. Era un cuadrazo. Se formó con la permanencia. Tuvimos la suerte de ganar el quinquenio y otros varios campeonatos. Porque el fútbol también es suerte. Pero hay que saber cuidarse. El jugador tiene que vivir para el fútbol. Y tuvimos dirigentes sensacionales. Todos lo que pasaron por la época mía fueron buenos dirigentes y lo que es fundamental, teníamos un técnico realmente excepcional. El Manco Castro, ¡qué cosa bárbara, qué conocimientos tenía! ¡Era un tipo fuera de serie! Una vez estábamos perdiendo con Peñarol dos a cero en el primer tiempo y pasó por atrás del arco mío. Porque en esos tiempos los técnicos podían caminar alrededor de la cancha. “Está brava ésta, Manco” le comenté. “¿Qué? ¿Estás asustado?”. “¡Qué voy a estar asustado!, pero está brava”. “Mirá, Aníbal, si antes de terminar el primer tiempo les hacemos un gol, les ganamos”. Y así fue. Terminamos el primer tiempo dos a uno y les ganamos tres a dos. El Manco tenía un conocimiento total del fútbol y era un tipo bárbaro que lo querían todos, todos los jugadores lo queríamos. El quinquenio fue todo con él.
Pero cuando usted llega a Nacional, Héctor Castro todavía no era el técnico.
No. Era un inglés. Mister Reaside.
¿Cómo llegó a la selección? ¿Fue para el Sudamericano del 42?
Para el Sudamericano del 42, yo estaba pasando por un muy buen momento. Pero tuve una experiencia anterior con la selección. Viajé a Perú.
¿En el 35?
No, Después. Yo ya estaba en Bella Vista. El arquero titular de la selección era Barlotto y el capitán era Porta. Ahí me conoció Porta y me recomendó para Nacional. Me vio en un partido que hicimos contra Chile, a la vuelta y dijo: “A este Aníbal hay que traerlo de cualquier forma”. El que me hizo contratar por Nacional fue Porta, a raíz de ese partido que jugué en Chile.
En aquella época, ¿ya concentraban?
Sí. Los Céspedes no existía, pero concentrábamos en el Parque Central y con Nacional y también con la selección, también concentrábamos en el hotel Oceanía, en Punta Gorda. En el Oceanía, el Manco no quería que jugáramos a las cartas. Entonces nosotros, que conocíamos el auto del Manco, nos poníamos con un largavista a campanear, para dejar de jugar en cuanto lo viéramos aparecer por la rambla. Pero él sabía que nosotros jugábamos y entonces una vez, en lugar de venir del centro como siempre, vino por arriba y nos sorprendió.
¿Por qué le decían Canario? ¿Usted es del interior?
No. Yo soy de Montevideo. Mi padre era de Treinta y Tres y mi madre nacida en Durazno. Pero me decían El Canario, porque yo salía de la calle Hornos, en verano, caminando hacia la cancha de Liverpool y mi madre me hacía poner el sombrero de mi padre y cuando iba llegando a la cancha me veían los muchachos y empezaban: “Vo, mirá un canarito, allá viene un canarito, ¡mirá qué sombrero tiene!”. Y de ahí me quedó “El Canario”. Pero era por mi madre que me hacía ir siempre de sombrero, siempre, siempre, siempre. Todo por El Prado, con unos calores bárbaros. Esos veranos agobiantes, practicábamos temprano y eran unos calores horribles y yo iba de sombrero.
No había grandes cuadros. Estaban Brasil y Uruguay que eran los más normales. Fue medio frío el campeonato ese. Para mí fue muy frío. Y los jugadores nuestros se agrandaron. Ahí es cuando uno se da cuenta que los uruguayos somos a veces medio atrevidos, siempre sacamos poder de algo. Esa final fue algo extraordinario. Esos pobres brasileños tuvieron un gran disgusto, pero a pesar de todo nos atendieron brillantemente. Yo me acuerdo que salimos y vinimos a pie hasta donde estábamos concentrados. Todo el mundo nos saludaba, nos aplaudía. Después fuimos a un restaurante que estaba lleno de gente y yo decía “¡en qué lío nos metimos!” pero fueron puros aplausos. Nos trataron como si el campeonato lo hubieran ganado los brasileros. Ninguno dijo una mala palabra ni silbidos ni nada. Nos atendieron brillantemente. Brasil se portó brutal.
La importancia de Maracaná fue que levantó nuestro fútbol. Ganar un campeonato así motiva a la gente. Cada tanto habría que ganar un campeonato así.
¿Cuál fue el mejor jugador que tuvo de compañero?
¿Los mejores? Y no… en Nacional estaban todos. ¿Qué quiere que le diga? Estaban todos.
¿Y el delantero rival que más trabajo le dio?
¡Uy… mire que el arco es grande! Míguez jugaba bien, pero había muchos… Nosotros teníamos a Ciocca, ¡que ese jugaba, eh…!
Desde el punto de vista económico, ¿el fútbol le reportó como para quedar con cierta comodidad?
No. Yo trabajé toda la vida. Trabajé en la UTE, trabajé en el puerto, trabajé en la Aduana, tuve comercio, tuve bar, el Tibidabo de Colonia y Yaguarón, tuve tienda para hombres, joyería y relojería. Del fútbol no saqué, pero le estoy agradecido. Yo recuerdo que estaba a pico y pala para abrir zanjas para los cables del teléfono de la UTE y cuando llovía, el Cabezón Romero me iba a buscar en el auto del vicepresidente de la UTE, el hijo del Viejo Pancho, Alonso y Trelles y así como estaba embarrado, me cambiaba para entrenar y después me volvía a poner el equipo de trabajo todo embarrado y otra vez a pico y pala. Todos los días lo mismo. Siempre trabajé.
¿Estando en Nacional también?
También, siempre. Yo entré en la Administración estando en Bella Vista. Y en los últimos años en Nacional, a partir del 48, inicio la actividad comercial, mantengo mi empleo en la Administración Pública y sigo jugando. Era brava la vida. Si uno no tenía su trabajo y lo aprovechaba… Estuve de ayudante de cobrador de cuentas de la UTE. Cuando me tocaba por 8 de octubre, doblaba hacia abajo y después volvía a dejar las cuentas, porque me daba vergüenza que me saludaran los que me conocían. Pero Dieciocho de Julio la hacía para arriba y para abajo. A mí la gente siempre me trató bien y yo también a la gente. No tuve compadradas por el fútbol. El fútbol es un trabajo como cualquiera. Yo estoy contento. A pesar de que no gané nada en el fútbol, hice mi vida, tuve mis hijos, mi señora. Compré esta casa que fue lo único que compré. Noventa mil pesos me costó, en 1962.
¿No siguió vinculado al fútbol cuando dejó de jugar?
Dejé porque no me llamaron a ser director técnico de arqueros. Yo lo único que hubiera hecho hubiese sido entrenar arqueros. Después me llamó Miguel Restucia para entrenar a Manga y a Manga lo entrené, sí. Solamente a Manga. Porque decían que no sabía salir y realmente no sabía. Pero era un gran arquero y a salir aprendió en un mes. Acá debería haber una escuela de arqueros.
¿No encuentra que el fútbol de ahora es más rápido, la pelota es más rápida y eso dificulta la tarea del arquero?
La pelota es más liviana. Pero los jugadores nunca van a ser tan rápidos como la pelota.