Por primera vez en 120 años de vida la selección de Chile consigue un título
Reflexiones sobre la historia del fútbol de Chile sin conquistas con sus selecciones, a pesar de ser el tercer país más importante -detrás de Argentina y Uruguay- en sumarse a la “competencia internacional”.
Semanas atrás, en diálogo con el editor de tenfield.com -Dr. José Amorín- en la redacción del sitio web, le comenté la intención de escribir una nota cuyo título sería “Chile merece consagrarse Campeón de América”. El torneo aún no había comenzado. Le expuse los motivos que sustentaban ese deseo. Después de Argentina y Uruguay, los chilenos se constituyeron en el tercer país en aportar sus esfuerzos para popularizar, masificar y lograr de ese modo el desarrollo y crecimiento del fútbol de América del Sur.
Los británicos crearon la Asociación de Fútbol de Chile en Valparaíso en 1895. Después de Argentina son los pioneros en poner en marcha la organización rectora y oficializar el “football”. Uruguay fue la tercera en 1900 y a partir de ese momento, favorecido por las condiciones geográficas, se puso en marcha la “competencia internacional” en el Río de la Plata, superando en intensidad y cantidad de encuentros, a la escasa o casa nula actividad internacional que, en Europa, recién comenzará en 1905. En 1900, se puso en marcha a nivel de clubes argentinos y uruguayos la Copa Competencia. Al año siguiente nacieron los partidos internacionales entre combinados. Chile “quedaba muy lejos”, por las dificultades geográficas que le impedían cruzar la Cordillera de los Andes para competir con sus vecinos del cono sur.
Mientras esto ocurría en el Río de la Plata, en Chile se sumaban las universidades de Santiago a la práctica del fútbol, poniendo en marcha la etapa de acriollamiento. ¡Y las luchas intestinas, las divisiones entre el puerto y la capital que duraron más de tres décadas! Esos enfrentamientos impulsaron la superación. Salvaron las difíciles condiciones geográficas y 15 años después, lograron cruzar la Cordillera para convertirse en el tercer país que se sumó a la “competencia internacional”. En 1910, con el excelente golero Gibbson como figura, Chile participó de los Juegos Olímpicos del Centenario de la Revolución de Mayo, cayendo vencido ante los “maestros” argentinos y los avanzados discípulos orientales. En esa instancia ocurrió un episodio que los investigadores del fútbol chileno no registran. La tripulación del buque “O’Higgins” venció a los holandeses 8:0 anotándose la primera victoria internacional de su fútbol.
Aunque queda claro, es digno resaltar que Chile estuvo por delante de Brasil, que seis años después se sumaría a la “competencia internacional” en el Campeonato Sudamericano de 1916, disputado en Buenos Aires en el marco de la celebración del Centenario de la Independencia argentina. Celosos de los aspectos reglamentarios, en esa ocasión un periodista de “El Mercurio” recomendó a los dirigentes de Chile que “protestaran” el partido perdido ante Uruguay 4:0 porque “en los orientales jugaron dos negros africanos y el reglamento imponía que los combinados se integraran exclusivamente con jugadores nativos del país”. Se trataba del floridense Juan Delgado y el montevideano del barrio Palermo, nacido en la calle Mini: Isabelino Gradín. La delegación de Chile, en esa oportunidad presentó sus excusas al Dr. Héctor R. Gómez que encabezaba la delegación, además de desempeñarse como Presidente de la Comisión de Selección. Es decir, era el director técnico del equipo.
De ese tiempo quedó en la historia el zaguero nacido en España y nacionalizado chileno, Ramón Unzaga, inventor de esa jugada defensiva que consiste en dar una pirueta en el aire, de frente al arco propio, y restar la pelota hacia atrás, con un movimiento de las piernas imitando el acto de una tijera cuando corta la tela. Los cronistas argentinos la llamaron “chilena”. Después, ensayada a la perfección como jugada de ataque, la adoptaron y eternizaron Oscar Míguez, Pelé y Messi, por citar a algunos de los grandes que grabaron en los estadios del mundo esa forma tan artística de rematar al arco y convertir goles.
A pesar que cruzar la Cordillera de los Andes para competir resultaba un viaje sacrificado de 60 horas para llegar a Buenos Aires, pasar el día y tomarse el vapor de la carrera en la noche, Chile estuvo presente en el Campeonato Sudamericano de 1917 en Montevideo. La figura en este caso fue el golero Guerrero y el juez Juan Livingstone que arbitró la final entre Uruguay y Argentina. Aunque goleado nuevamente por los celestes, en este torneo Chile cayó apenas antes Argentina 1:0 por un autogol.
Extendió las horas de viaje para no faltar a la cita en Río de Janeiro, en 1919, y en 1920 a pesar de las peleas internas, en la cancha del Sporting Club de Valparaíso, los chilenos organizaron el Campeonato Sudamericano que conquistó Uruguay.
Chile no faltó a ninguna cita internacional de ese tiempo. Es la etapa de David Arellano, fundador de Colo Colo, fallecido trágicamente en un partido de fútbol disputado por su club en España, durante la gira de 1927, la primera de un equipo de ese país por Europa. En un encontronazo se golpeó el vientre con las piernas. Le diagnosticaron peritonitis y murió a los pocos días, cuando estaba en la plenitud de sus fuerzas, convertido en estrella del fútbol de su país.
En 1928 –dato que normalmente se omite cuando se juzga el pasado de los trasandinos- Chile acompañó a Uruguay y Argentina participando en el Campeonato Mundial de fútbol que se llevó a cabo en Ámsterdam, en el marco de los Juegos Olímpicos.
En 1930 no faltó a la cita Montevideana de la Copa del Mundo, dejando el recuerdo del “petizo” Subbiabre, que amasaba la pelota como un jugador rioplatense.
Después llegó la hora del aporte de los dirigentes chilenos. Luis Valenzuela presidió la Confederación Sudamericana de Fútbol desde 1939 y durante su mandato se registraron dos episodios importantes. En 1948 aceptó la propuesta del presidente de Colo Colo, Robinson Alvarez, quién hizo realidad la idea lanzada en 1932 por los dirigentes de Nacional de Montevideo, Roberto Espil y Rodolfo Usera Bermúdez, para la disputa anual de un torneo con los clubes campeones de cada país de América del Sur. En ese tiempo la navegación aérea estaba en pañales. Diéciseis años después había avanzado lo suficiente como para reunir en el verano de 1948, en Santiago de Chile, a ocho campeones de la temporada anterior. El título lo obtuvo Vasco da Gama. La idea no pudo repetirse. Pero el sendero quedó marcado.
Al año siguiente, en 1949, en plena huelga de jugadores en el fútbol del Río de la Plata, los chilenos organizaron el primer campeonato de la historia a nivel de selecciones juveniles. Argentina no concurrió. Comparecieron Uruguay y Brasil, disputándose un triangular a dos ruedas.
Ambos certámenes constituyen los prefacios de la Copa Libertadores de América que de acuerdo a mis investigaciones y con los documentos a la vista, que hoy recoge la Conmebol en su página web, dejando atrás aquella tesis que no se adaptaba a la verdad histórica, según la cual el torneo fue creado por Washington Cataldi. No. Fueron los chilenos –apoyados por el presidente de la AFA, Raúl Colombo- quienes la plantearon oficialmente en 1958, siendo aprobada por el Congreso desarrollado en Venezuela en la mitad de 1959, con el voto contrario de Uruguay.
Los Campeonatos Juveniles, curiosamente, se pusieron en marcha más rápido que la Libertadores. En 1954 se llevó a cabo el primero en Venezuela y en 1958, el segundo, lo organizó Chile.
Carlos Dittborn logró para su país la sede de la Copa del Mundo de 1962 acuñando una frase con la que logró superar en votos las pretensiones de Argentina. “Como no tenemos nada, lo haremos todo…” Y lo hicieron, a pesar que Dittborn murió meses antes del torneo y un terremoto que azotó al país causó destrozos que obligaron a levantar nuevamente lo que ya estaba en marcha. Chile armó un gran equipo que hizo cuánto estuvo a su alcance llegando entre los cuatro primeros.
La historia más reciente es conocida. Chile siempre estuvo apoyando la “competencia internacional”, interviniendo en forma constante a pesar de recibir los sucesivos golpes de las frustraciones. Una vez -¡tan sólo una vez!- pudo dibujar el fútbol chileno en su rostro la satisfacción de la victoria. Pero no fue un logro de su selección. En 1991, con la dirección técnica de un europeo –el yugoeslavo Mirko Jozizc-, consiguió el título en la Copa Libertadores. Luego, otra vez a pelear por un cetro, por un éxito que recompensara tanta entrega en el torneo más importante de la Conmebol. Lo consiguió en una menor, en la Copa Sudamericana de 2011, a través de la conquista de Universidad de Chile, de la mano del mismo rosarino Sanpaoli que ahora se vistió de héroe con “la roja”. Pero… lucharon durante una década para poder repetir una consagración, lo que demuestra que “ganar” y clasificarse “campeón” no ha sido para Chile una tarea sencilla.
Por supuesto, que en toda esta etapa donde las figuras de los dirigentes chilenos potenciaron al fútbol sudamericano con sus ideas, los futbolistas en las canchas locales, de América y del mundo, intentaron las conquistas anheladas. Y quedaron, como mojones de ese esfuerzo, varios nombres que surgen en la memoria colectiva. El golero Sergio Livingstone descolló en la década de los años cuarenta, alcanzando fama internacional en Racing de Avellaneda. Él en el arco y Andrés Prieto en el ataque son recuerdo en el partido ante Inglaterra en la Copa del Mundo de 1950.
Escutti, Leonel Sánchez y Toro fueron los referentes de la buena actuación de Chile en “su” mundial de 1962. En 1967 apareció una generación que -para muchos- haría realidad los sueños de victoria. Elías Ricardo Figueroa con 17 años e Ignacio Prieto con apenas algunos más, fueron figuras de aquella selección que disputó el Campeonato Sudamericano de ese año en Montevideo, regalando grandes actuaciones. En la punta derecha, las moñas y gambetas del puntero Araya, resultaron imparables.
Larga es la lista de los grandes jugadores que Chile puso en circulación a partir de entonces. Todos ellos cargaron la pesada mochila de los años que pasaban sin lograr una consagración con la “roja”. Simbolicemos en la dupla “Sa-Za” a todos aquellos que podríamos llamarlos “los contemporáneos” de este tiempo. Salas y Zamorano alcanzaron relieve internacional, sobresalieron en la escena mundial codeándose con los mejores. Sin embargo, siempre “faltó un real para el peso”, como antiguamente se hacía referencia de esta forma a la ausencia de ese algo, tal vez mágico, que aparece en las horas decisivas.
Mientras se desarrollaba toda esta historia futbolística sin éxitos, el país como tal fue creciendo a grandes niveles transformado en la actualidad en una de las potencias del continente, con los más altos registros en diversos aspectos, que muestran a la nación como una tierra de prosperidad, orden, paz y democracia. Entre tanto, el fútbol seguía esperando…
Estos apuntes que anteceden constituyen una foja de servicios que aguardaban la hora de la justicia para la famosa “roja” que nació blanca, allá en las décadas primeras del siglo XX. Llegó hoy por la vía de los penales ante Argentina. De esta forma Chile logró lo que tanto buscó a lo largo de 120 años de historia oficial de su fútbol, en el año en que –justamente- se conmemora ese aniversario de aquella cimiente colocada en Valparaíso por los residentes británicos.
Puede discutirse la forma en que consiguió el anhelado premio a su esfuerzo. La actuación de los árbitros en los tres partidos decisivos de la etapa donde la Copa América ingresó en su sistema de K.O. –frente a Uruguay, Perú y Argentina- deja un sombra, que de todos modos no empaña su pasado, su lucha y su permanente esfuerzo por alcanzar el éxito esquivo.
A partir de hoy se abre para el histórico fútbol de Chile una nueva etapa. Tan difícil como la que hoy cerró dando vuelta la página de los fracasos. La de mantenerse. La de lograr permanecer en la cúspide para soñar con otros triunfos de mayor porte. No será fácil. La extrema juventud del presidente que conduce en la actualidad a la Asociación Chilena -ronda los 35 años- puede resultar un aporte decisivo para que la conquista de esta tarde sea trampolín para mayores hazañas. O, como dice el tango, “tan sólo sea una golondrina que no hace verano”. El tiempo dará su veredicto.