Pintoresco y genial,”Tola” Antúnez
Nació en el Cerrito de la Victoria pero es un enamorado del Barrio Sur. Jugó en el Miguelito Siré de Liga Palermo. Le gustan las comparsas y el tango, especialmente Gardel. Es de los que se levantan escuchando al Mago en la Clarín. Además hincha de Atenas. Julio César Antúnez, El Tola Antúnez para el fútbol, fue genio y figura de la etapa final del Uruguayo, manteniendo a El Tanque Sisley en Primera, con un manejo sorprendente de su plantel. Hizo dos cambios a los 30′ minutos del primer tiempo y resultó en dar vuelta el partido.
La plaza Gardel era el lugar indicado a donde llevarlo. “Soy de los que cuando me levanto solo escucho la Clarín, ¿qué querés que te diga? ¿que escucho FM?
-¿Quiénes te marcaron más en tu carrera?
-Como jugador tuve grandes técnicos acá en Uruguay. Me marcó Roque Máspoli, me marcó Juan Ricardo Facio, me marcó otro fenómeno para mí -muchos de los trabajos de él incluso los aplico ahora- que es el profesor Luis Grimaldi, que estuvo radicado en Ecuador. Fue el que en River Plate me hizo me hizo debutar en Primera con diecisiete años. Él tenía dos hijas mujeres y me decía “sos el hijo varón que no tuve”. Y me marcó a los dieciocho años el Campeonato Sudamericano juvenil en Perú, cuando salimos campeones, con Walter Brienza, que jugaban Rodolfo Rodríguez, De los Santos, Darío Pereira, Carrasco, Revetria, Muniz, teníamos una banda que era un equipo de puta madre y que me fui joven. Con veinte años me fui a Chile. Y en la vida particular me marca que a los treinta años quedo viudo con una hija de seis años y tengo que salir del país. Salí adelante porque en ese momento vivía mi suegra, una leona y mis viejos, unos leones. Me tuve que ir del país, porque yo ya dirigía, había debutado con Liverpool en el 87 y lo había sacado Campeón y tuve que irme a Chile a dirigir a Deportes Concepción. Y fueron puntales de mi vida mi hermana, mi vieja, mi suegra, que se quedaron con mi hija hasta que regresé. Con el tiempo me casé de nuevo y tengo otra hija, de veinte años.
-¿Y como entrenador?
-Como entrenador soy hincha de River y sufrí ayer como cada año porque siempre nos quedamos en la orilla. Soy del cuadro de La Aduana, a pesar de que empecé en la sexta de Racing, los pasos míos fueron la quinta de River y de ahí para adelante… el equipo de mis amores es River y estoy muy identificado con Liverpool y con Central Español (por las campañas que en estos cuadros hizo).
–¿Y como trotamundos?
-Soy un enamorado de Chile, donde estuve diez años, a pesar de haber vivido también en Ecuador -jugué en la Liga de Quito, con Grimaldi y clasificamos a Copa Libertadores, pero el sello en el orillo de mi vida lo tiene Chile, porque fue el país que me recibió, me dio el dinero para comprar mi primer departamento, con mi esposa que murió-. Nosotros decíamos que después lo íbamos a disfrutar. Eso me cambió el chip de la vida, porque es una mentira el después. La vida me enseñó que el ayer ya no existe y ni siquiera el mañana, es todo hoy. Disfrutálo hoy porque se va. Hoy me llaman mis amigos y me dicen. “¿Y, Cabeza, cuántos años tenés ya?. Les digo: “me quedan diez”, porque yo cuento los que me quedan, no los que ya viví. La plata que gasté ya la gasté, la que perdí la perdí, la que gané la gané, ahora es hoy: disfrutar de mis hijas, de mi vieja, de mi hermana, de mi familia, porque soy familiero. Entonces el trotamundos es relativo; siempre salgo, pero el cuerpo está en Montevideo.
-¿Cómo fue la llegada a El Tanque?
-Fue un accidente. Una noche me llama Fredy Varela, que venía manejando con Víctor Della Valle y como yo no tenía el teléfono de él, no me apareció de quién era la llamada. Me dice: “me dijiste dos veces que no; tres veces no te aguanto”. “¿Quién habla?” le digo. “¿Nos podemos reunir?” pregunta. “¿Qué querés hacer? Bueno, me contás lo que tenés y después hablamos, pero hablamos nada más, yo no te prometo nada”. Después me junté con él y con el Víctor Della Valle. Me dijeron “tenemos esto, estamos en el horno, no sabemos cómo salir”. Me mostraron ahí los nombres que tenían, los supendidos y les digo: “esto está dificilísimo, pero no sé, dame unos días”. “¿Qué días? Mañana tenés que agarrar esto”, me contesta. “Voy a hacer un par de llamadas telefónicas, a mi gente, a ver cómo está; después te contesto”. Y así fue. No había rubro para traer ni un jugador. Faltaban siete fechas para terminar esto y había que remarla con equipos que se habían armado, porque en Cerro, que se salvó una fecha antes que nosotros, Miguel Falero pudo armar su equipo. Nosotros tuvimos que heredar y ni siquiera pude hacer el planteo de juego que me gusta. Tuve que adaptarme a los jugadores que tenía. Eso te lleva tiempo, porque esto no es de un día para el otro. Para opinar de fútbol somos tres millones, pero cuesta armar una banda para sacar resultados. Cambiamos la metodología de trabajo, queríamos un equipo más dinámico y tuve una aceptación muy buena entre los jugadores. Vos eso lo palpás adentro del vestuario. Cuando entrás al vestuario y se hace un silencio sepulcral, te das cuenta quién manda. Me gustó mucho la actitud de los jugadores. Se nota cuando están claritos contigo.
-¿Por qué dos cambios en el primer tiempo?
-Son cosas del fútbol. Uno de esto ya tiene mucha historia. Los cambios no hay por qué hacerlos en el entretiempo, ni para los últimos treinta, ni al final. Los cambios se hacen cuando el equipo no camina. Para eso están los cambios. Nosotros habíamos hecho un planteo de juego para en el primer tiempo mantener el cero a cero y en el segundo rematar y empezamos perdiendo uno a cero cuando ni siquiera nos servía el empate, entonces había que replantearse todo de nuevo y el fútbol es dinámico. Si hay que meter dos o tres cambios hay que meterlos. Los jugadores lo interpretaron bien. Utilizaron esos últimos quince minutos del primer tiempo para meterse en partido y en el segundo, con posibilidad de corregir el funcionamiento dentro de la cancha, salimos y matamos.
-Parecías impasible al borde la cancha…
-Eso me llevó críticas de algunos de mis amigos, que me llamaban y me decían “estás dirigiendo con una pasividad tremenda; no sos vos”. Pero yo ya tengo cincuenta y nueve pirulos, ya no estoy para hacer payasadas, ponerme un traje deportivo flúo y dirigir trotando al costado de la cancha. Lo mío es otra cosa. Lo que importa es lo que le trasmitís al jugador. Yo lo tomo con calma, con seguridad, tengo treinta años de trabajar como técnico, sin que haya quedado un año sin trabajar, pude quedar unos meses, pero nunca un año. Vos tenés que trasmitirle seguridad al jugador, tranquilidad y sacudirlo en el momento justo, porque lo otro es trabajar para la cámara.
Perspectivas…
-Descansar. Ir a ver desde Argentina-Uruguay en La Serena, para adelante la Copa, estar quince días en Chile y escuchar. Ahora escuchar, nada más. Si se da la posibilidad de quedarnos en Uruguay nos quedaremos y si no, emigrar porque todavía voy a dirigir cinco o seis años más.
-¿Cómo ves el clásico del domingo?
-Es el campeonato más flojo que he visto en mi vida. Sin muchas coordenadas porque bajaron los tres que subieron, que duplicaban puntaje. Para mí fue un campeonato feísimo. No se vio buen fútbol. Los grandes tiene planteles extensos y no mostraron buen fútbol ninguno de los dos. A Peñarol no puede pasarle lo que le pasó ayer. No me digas que sintió soltura porque ya había perdido River. Eso no es Peñarol. Y Nacional se quedó con la foto del primer torneo, pero fueron malas campañas… mirá Defensor, mirá Danubio… Fue un campeonato malo. No me gustó mirándolo de afuera ni cuando estuve adentro las últimas siete u ocho fechas.
-¿Y a quién ves Campeón?
-Es una final y una final entre los equipos grandes es incierta. Ni quién viene mejor ni quién viene peor es termómetro para medir quién gana el campeonato. Capaz que lo gana el que comete menos errores.