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Un duro golpe a la gloriosa historia celeste




Los argentinos festejan con el trofeo de campeón Sudamericano Sub 20.


7 febrero, 2015
Columnistas Pelota al medio

Nunca antes, en 115 años de historia y en situación similar a la de anoche -que las hubo muchas en el clásico rioplatense-, Argentina se consagró campeón en nuestra tierra.

Para los argentinos, a partir de anoche, esta fotografía será un símbolo imperecedero. ¡En 115 años de historia, es la primera vez que nuestros vecinos lograron sacarse esta fotografía en nuestra tierra!

Para nuestros hermanos argentinos, a partir de anoche, esta fotografía será un símbolo imperecedero. ¡En 115 años de historia, es la primera vez que lograron sacarse esta fotografía en nuestra tierra! ¡Consagrarse campeones acá, en “tierra de palomos”, como se decía antiguamente, y en una final ante Uruguay, había sido imposible. Anoche lo lograron con justicia en un partido que encararon jugando “a la uruguaya”.

Finalicé la nota posterior al empate de Uruguay ante Colombia –igualdad que por merecimientos debió concluir con victoria celeste-, con la siguiente conclusión: “Repitiendo ante Argentina lo realizado frente a Colombia (jugar sin “regalarse”, mantener el orden defensivo para asegurar, primero que nada, el arco celeste sin goles), pienso que el fotógrafo puede ir preparando la imagen del equipo para ser colgada en el Museo del Fútbol…”

Aludía a otra opinión anterior donde reflejaba la realidad del fútbol actual, muy diferente a los tiempos antiguos. La enorme cadena gloriosa del fútbol uruguayo, cuyo punto de inicio debe ubicarse en 1911, a partir del momento en que con frecuencia y asiduidad, los orientales vestidos de celeste desde al año anterior, comenzaron a vencer en serie a los argentinos, creó la concluyente frase que sintetizaba esa situación: “En el Uruguay se nace para ser campeón”. Aquellas fueron décadas en donde, en cada torneo sudamericano, normalmente disputado en una rueda entre un mínimo de cuatro países y un máximo de siete –aunque en 1925 se llevó a cabo en Buenos Aires a dos ruedas entre Argentina, Brasil y Paraguay-, sólo estaba en juego el honor de lograr el primer puesto. Consagrarse campeón equivalía al éxito, que duplicaba su importancia si era obtenido en calidad de visitantes. No alcanzar esa distinción, cargaba sobre los perdedores la mochila del fracaso.

La supremacía de Uruguay sobre los demás países durante esa larga etapa que se extendió hasta 1956, era el basamento que sustentaba esa rotunda afirmación –y si se quiere también soberbia-, que tenía su fundamento. Una prueba es la siguiente: Brasil no consiguió ningún título entre 1923 y 1949. ¡Más de un cuarto de siglo sin levantar un trofeo!

Ese convencimiento dio vida en la mente creativa de Dalton Rosas Riolfo, a una definición propia de su estilo: “la foto del cuadro vice-campeón no se cuelga en las paredes de las sedes de los clubes”. La adapté a estos tiempos, cambiando el final por el más pomposo que son las vitrinas del Museo del Fútbol.

Las nuevas épocas, la creación de múltiples torneos para explotar comercialmente la pasión del hincha por el fútbol, potenciada por la aparición de los satélites que convirtió el living de cada hogar del planeta en una tribuna de cualquier estadio de la tierra, determinó que además del título de campeón, se pusieran en disputa otro tipo de clasificaciones. Algo así como “premios consuelo”.

En Uruguay, esta nueva realidad que se sumó a la lógica pérdida de la condición de potencia futbolística que antiguamente  lucía con orgullo, fue modificando el pensamiento. Cambió el discurso, la propuesta. Lo importante pasó a ser “alcanzar el objetivo de…” clasificar al mundial, al panamericano, a los Juegos Olímpicos, a los Juegos Odesur, etc. Sicológicamente, los encargados de llevar adelante los procesos de preparación, cambiaron en la mente de los jugadores el eje de la responsabilidad. De la obligación de “salir campeones” se pasó a la importancia de clasificar para tal o cuál certamen. De esa forma, el pesimismo del fracaso se atenuó si no se conseguía el título y el choque del hincha acostumbrado –también- a “ser campeón”, bajó los desciveles. A nivel juvenil transcurrieron hasta la noche de ayer, 34 años navegando dentro del mar de la nueva concepción resultadista. ¿Por qué? Porque desde el Sudamericano Juvenil de 1977 en Caracas, lo importante pasó a ser “alcanzar el objetivo” de clasificar para los mundiales de la categoría, creados por la FIFA en ese año.

Anoche, a este nivel juvenil, como nunca antes ocurrió en la historia del fútbol rioplatense, frente a las tribunas repletas de un público anhelante e ilusionado como en tantas jornadas gloriosas de la celeste, el destino puso a Uruguay y Argentina frente a frente, luchando por “ser campeón”.  Conseguida de antemano la clasificación para el mundial de Nueva Zelanda, objetivo alcanzado que pasó sin pena ni gloria porque los resultados fueron colocando a la celeste en posición de luchar por el título, el triunfo previo de Colombia ante Brasil agregó, para las huestes que conduce técnicamente Danilo Coito, el peso ineludible de “ser campeón” que venía con la yapa de la clasificación directa a los Juegos Olímpicos de Brasil 2016. ¡Un cóctel espectacular para nuestra gloriosa camiseta!

El miércoles ante Colombia, advertimos que el equipo se encontraba mentalizado y transitaba el camino correcto. El arranque del gran clásico del Río de la Plata, el más antiguo del mundo y el que más partidos lleva disputados, nos ilusionó. El gol tempranero de Pereiro, luego que el botija Amaral frotó la lámpara de Aladino y la complicidad del error del golero argentino Batalla sirvió la situación que el No. 10 aprovechó, venía como anillo al dedo, para ponerle alas a los sueños.

Gastón Pereiro festeja el gol que parecía simplificar el trámite. Sin embargo, resultó al revés. En la mente de varios jugadores quedó la impresión de que, a partir de este momento, el resto del partido sería un fácil tramite para lograr el título.

Gastón Pereiro festeja el gol que parecía simplificar el trámite. Sin embargo, resultó al revés. En la mente de varios jugadores quedó la impresión de que, a partir de este momento, el resto del partido sería un fácil tramite para lograr el título.

Se sumaba a esa situación la pasiva actitud de Argentina. Desinteresándose de la lucha con armas nobles, desde el minuto inicial de juego exhibió el anti-fútbol de “hacer tiempo”. La primera pelota que llegó a su arco, sin peligro alguno, salió fuera del campo. El portero desechó la que inmediatamente le sirvió el botija que la recogió, fue a buscar la otra lentamente y así –“haciendo tiempo”- actuaron todos sus compañeros en cada reposición favorable. Inclusive, después que Uruguay se puso en ventaja, Argentina no modificó esa forma de encarar el partido. Agregó a ello, una llamativa displicencia de sus jugadores.

En el equipo uruguayo, después del gol de Pereiro, de acuerdo a lo que percibí desde la tribuna, surgió en algunos jugadores un estado de “tarea cumplida, este partido es fácil”. ¿Cómo lo percibí? En los veinte minutos siguientes la defensa oriental y los dos medios –Nandes y Arambarri- se replegaron en bloque, atinadamente, cerrando  la última línea. Pero… los cuatro delanteros (Castro, Pereiro, Amaral y Franco) mantuvieron sus posiciones de atacantes netos, esperando que les llegara la pelota. Resignaron aquella elogiable solidaridad de equipo que exhibieron ante Colombia. Quedó el conjunto celeste cortado en dos, estirado en la cancha, con una zona central donde los volantes argentinos se movieron a voluntad, aunque sin generar peligro. Hasta el empate de  Driussi el arco de Guruceaga no pasó sobresaltos. Es más, surgía la impresión de que resultaba imposible que Argentina lograra un gol.

La igualdad llegó por dos causas típicas de la “dinámica de lo impensado”, definición de Dante Panzeri sobre este juego. La primera, la lesión de Amaral. Se barrió en campo argentino, a metros del círculo central para evitar un contragolpe y quedó en el suelo. Ingresó el carrito del Suat. Lo sacaron del campo. Cuando se reanudó la brega, todo el sector defensivo oriental que venía rindiendo a la perfección, brindó la sensación de haberse “desenchufado”. El corte del partido y la lesión del compañero, los desconcentró. Bajaron las revoluciones. Esto trajo aparejado el segundo factor. La salida de Amaral y su lento retorno, quitaron un hombre de la zona media. Cuando Arambarri cortó un ataque, pero no tuvo salida inmediata con pase para Amaral, surgió la cadena de errores que ocasionó el empate. Cotugno fue superado por Correa. Su centro muy alto y pasado no encontró respuestas en Alé y Suárez. El cabezazo al medio y el tiro inatajable de Driussi.

Dentro de los imponderables que no pueden preverse en un partido de fútbol, este resultó fundamental. La lesión de Amaral, su salida y reintegro a la cancha, "desenchufó" a sus compañeros. Al reanudarse el cotejo llegó el gol del empate.

Dentro de los imponderables que no pueden preverse en un partido de fútbol, este resultó fundamental. La lesión de Amaral, su salida y reintegro a la cancha, “desenchufó” a sus compañeros. Al reanudarse el cotejo llegó el gol del empate.

A partir de entonces nació otro partido. Los celestes no recuperaron la concentración. El equipo no encontró alguien que desempeñara el papel de Amaral. La exquisitez del fútbol de Pereiro en cuentagotas, fue poco para superar a un conjunto argentino que “jugó a la uruguaya”, en la búsqueda exclusiva de aguantar el empate, confiando a que –de pronto-, algún contragolpe que irremediablemente iba a surgir y que llegó en el minuto 81, le sirviera el triunfo histórico. Aunque bien puedo caer a los pocos segundos de comenzada la segunda etapa cuando el gol lo perdió Simeone, después que la defensa oriental exhibió esa pérdida de concentración a la que aludo.

Sí, efectivamente fue así. A partir del empate los albicelestes se abroquelaron atrás y en el medio, formando un bloque infranqueable. Recurrieron a los golpes para cortar el juego oriental, contando con la pasividad y la “vista gorda” del juez brasileño Ricardo Marques, siempre proclive a dar una manito a nuestros vecinos. Así, generando por capacidad propia tres situaciones de gol, de las cuáles materializó dos en la red, frente a un rival que apenas construyó una –la de Franco en el segundo tiempo-, Argentina con justicia ganó el partido y se llevó todo. El título y al clasificación directa a los Juegos Olímpicos. Uruguay, además del tercer puesto y la clasificación al mundial, obtuvo junto Paraguay el trofeo “fair-play”…

La derrota celeste es un duro –muy duro- golpe a 115 años de historia del gran clásico del Río de la Plata. ¡Nunca antes, en instancias semejantes a la de anoche -y las hubo muchas-, en partido con características de final, Argentina se consagró campeón en nuestra tierra! Por razones laborales me encontré dentro del campo de juego cuando los albicelestes dieron la vuelta olímpica en el Estadio Centenario y frente a las tribunas repletas de orientales apesadumbrados. Les confieso que unas lágrimas rodaron por mis mejillas…