Los ganadores
“Vamos a pelear hasta el final”, dijo Raúl Möller y me acordé de Bonavena, de la definición de “ganadores” que acuñó Luis Garisto.
Dice Garisto que “ser ganador es ser reconocido por haberlo dado todo. Te pongo un ejemplo: Dogomar Martínez con Archie Moore en el Luna Park. Perdió, pero es un ganador. Archie Moore lo tiró como quince veces y no lo pudo sacar. El uruguayo siempre volvía a levantarse. Te pongo otro, que me lo contó el propio protagonista. Cuando la huelga del 71, de Futbolistas Argentinos Agremiados, estábamos todos en la sede de Agremiados, en Salta 1144, y venía el Ringo Bonavena a darnos moral, porque un hermano de él, Vicente Bonavena, estaba dirigiendo las inferiores de Huracán (Ringo era hincha de Huracán) y hacía la huelga con nosotros. Entonces el Ringo nos contaba que cuando fue a pelear con Cassius Clay, la barra lo alentaba en plural: “Vamo’ arriba que lo reventamo’ al negro”, le decían. “Y cuando subí al ring vinieron todos al rincón y me gritaban “vamo’ que lo matamo”. Pero resulta que cuando sonó la campana, me dejaron solo con el negro y hasta me sacaron el banquito que era con lo único que le podía pegar”.
Cassius Clay le dio una paliza. Era lógico. Era más boxeador que cualquiera. Pero Bonavena le hizo un peleón, le fue al frente. Fue un ganador”.
La imagen de Bonavena contando la pelea me trajo a la memoria la del Krudo; Ademar se llama. De tarde en tarde, tiempo y tiempo, me contaba alguna historia en un boliche que yo atendía. Fue campeón de amateur y después estuvo entre los tres o cuatro protagonistas de su categoría en el profesionalismo uruguayo, pero terminó como sparring en el Luna y en Pergamino. Una tarde, ya veterano, dejó a la puerta del boliche el carro de requechero que tiraba y estuvo media hora enseñándome a girar el pie de apoyo para sacar el cross. En cada demostración se tambaleaba, hasta que en una, siguiendo la dirección del cross, se fue al suelo. Lo levanté, lo ayudé a salir del local para que tomara aire. Cuando lo estaba llevando, juntó fuerzas y me dijo:
–No te preocupés, papá. No es nada. Mañana recupero el título.
La última vez que lo vi fue una madrugada de invierno, como a las tres. Iba corriendo por la mitad de 18 de Julio, entre los papeles que arrastraba el viento, pegándole a su sombra.
A su modo, como pudo, lo dio todo.