Homenaje en vida a Ignacio Prieto de Nacional
Mientras Santiago no detiene su crecimiento, los santiaguinos no olvidan el pasado. En el moderno estadio de la Universidad Católica, en el también supermoderno barrio de San Carlos de Apoquindo, al pie de la Cordillera de los Andes, una tribuna recuerda al gran patilludo que brilló en Uruguay consagrándose Campeón de América y del Mundo con Nacional.
Escribe: Atilio Garrido / Fotos: Fernando González (enviados especiales a Santiago)
La capital del país que nació a orillas Mapocho no deja de sorprendernos. Ayer, lunes, siguiendo a la selección celeste hasta San Carlos de Apoquindo, el enorme y espectacular complejo deportivo de la Universidad Católica, otra vez nos impactó lo que observamos. Preparándose para las eliminatorias de 1989, antes de enfrentar a Perú en Lima, el técnico Oscar Tabárez dispuso realizar una escala de varios días en Santiago para preparar el partido. El plantel entrenaba en esa zona, en las instalaciones que comenzaba a construir el club de los “cruzados”, como le llaman aquí a la Católica. En aquel tiempo el lugar era un enorme descampado que se arriba a las laderas inicial de la Cordillera de los Andes. Hoy, un cuarto de siglo después, la transformación de toda la nueva urbanización impacta. Impresiona. Modernas residencias de construcción reciente, de estilo británico, enclavadas en interesante extensiones de tierras, le otorgan a la zona el aspecto de nuestro Carrasco, pero… nuevo. La vegetación verde y abundante, que le gana la pelea a la aridez del duro clima precordillerano. La limpieza de las calles; el lujo de las tiendas del centro comercial formado en el nuevo barrio; los colegios privados y la seguridad total son aspectos que resaltan para el visitante.
-“Cuando juega aquí la Católica, no entra ningún barra brava de ningún club. Los cortas lejos y no los dejan entrar”, comenta Daniel, el conductor de la van que conduce al grupo de Tenfield. Eso es posible por el diseño de la urbanización, con una calle central de ingreso a esta especie de súper barrio privado, lujoso y residencial.
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El estadio de la Católica, que hace un cuarto de siglo comenzaba a construirse, hoy es una magnífica realidad. Moderno en su diseño, con sus tribunas mayores apoyadas en la ladera de la montaña, para evitar pilotes y disminuir costos. Y la principal donde están los palcos, a nivel del suelo, tiene un diseño y estructura parecida a la del Estadio Centenario. Gigantescas extensiones destinadas a estacionamientos y todo –construcción y parking-, en impecable estado de conservación, con pintura prolija, sin basura, ni mugre. Y el recuerdo en la denominación de las localidades para aquellas figuras que nacieron en la Católica y se proyectaron al mundo. La que en nuestro país es la Tribuna Olímpica, aquí se llama Tribuna Ignacio Prieto. Es el tributo en vida a aquel flaco de pelo y patillas renegridas, de importantes dimensiones, parecidas a las que después usó Carlos Menen, cuando estaba lejos de ser el Presidente coll y marquetineramente se presentaba como un Facundo Quiroga moderno. Prieto apareció en el ámbito internacional en el Campeonato Sudamericano de 1967 en Montevideo. Creo que ni en la época de Salas y Zamorano no logró Chile una formación de tanta jerarquía como aquella. Elías Ricardo Figueroa con 17 años jugaba de back derecho con la solvencia de un consagrado. “Chita” Cruz lo acompañaba en la zaga. Araya y Prieto formaban el “ala” derecha. Entre los dos le dieron un vino tan grande a “Cachete” Caetano, que muchos pensaron que por primera vez en la historia Chile vencería a Uruguay cuando logró ponerse 2:1 en ventaja. Por la izquierda jugaba “Pata Bendita” Castro, quién luego se aburrió de convertir goles en tierras mexicanas. Cuando terminó el Sudamericano, el patilludo Prieto pasó a Nacional y Figueroa se incorporó a Peñarol. Ignacio llegó la gloria de los albos Campeones de América y del Mundo en 1971.
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Del centro de la ciudad, de la orilla del Mapocho y la ladera del monte San Cristobal hasta Santa Carlos de Apoquindo, sin no hay “taco”, el trayecto insume 45 minutos de automóvil. Aclaración: acá le llaman “taco” a los tapones, los atascamientos en las calles por la superpoblación vehicular. El viaje nos permitió comprobar los adelantos viales. Desde hace una década “la Américo Vespucio” –como aquí la llaman-, es una moderna autopista de varios carriles para ir y venir, a toda velocidad, que en forma de anillo periférico encierra al Santiago tradicional en un círculo que nace y muere en el aeropuerto de Pudahuel. La velocidad dentro del círculo no se detiene en peajes. Los mismos son automáticos. Todos los automóviles en Santiago tienen un telepeaje que a diferencia del nuestro, no necesita carga previa. Vos vas dentro del vehículo y cada tanto sentís un “pik”. Ahí el peaje le cargó al auto el monto del mismo. A fin de mes, te llega la cuenta a tu casa o domicilio con el consumo que tenés que gatillar. No hay posibilidad alguna de evasión. Tampoco se requieren funcionarios porque los puestos de pajes fijos no existen.
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Anoche, bastante fundidos resolvimos morfar en “casa”. O sea en la zapie del telo. Unos enlatados de machas, cholgas y mariscos surtidos, galletitas, mayonesa, sal y… vino. ¡Y a la cucha para dormir bien esperando la jornada del martes con la emoción del partido! Para cerrar, un datito sobre el tradicional vino chileno. Aquí es más caro que allá, en Montevideo. El mismo vino, el Casillero del Diablo –por ejemplo-, tiene aquí un precio más alto que en los supermercados montevideanos. ¿El motivo? El gobierno subsidia la exportación del vino liberándolo de impuestos. Los mismos impuestos que en la propia tierra del buen vino tienen que pagar los habitantes de Chile. Salute.