Elogio al perdón de los errores y a la duda
A Pablo Montaño
Ayer se cumplieron setenta y un años de la más abultada goleada en la historia del clásico mayor del fútbol uruguayo. El portal Decano publica con tal motivo un completo reporte (http://www.decano.com/decanocms/destacadas/9099-la-mayor-goleada.html) con un par de detalles que hoy nos asombran.
Uno es las sobriedad espartana de las tapas de los diarios de la época, especialmente la de El Plata. El otro es el arquero de Peñarol.
Releyendo una entrevista que junto a Atilio Garrido le hicimos al puntero derecho de La Máquina de Nacional que logró aquella goleada, Luis Ernesto Castro, Mandrake, en su apartamento de la calle Chucarro, me detengo en una parte del retrato que Mandrake hace de Atilio García: “Un tipo que nunca se quejó si la pelota iba corta ni si la pelota iba larga”.
Atilio García fue el goleador que más ganó con la tricolor. Llegó a jugar 435 partidos oficiales en Nacional durante doce temporadas, convirtiendo 486 goles, resultando el protagonista mayor del clásico en toda la historia del profesionalismo uruguayo, record de goles en estos clásicos, 34 tantos para Nacional. Fue el goleador de la Copa Uruguaya en ocho ocasiones, siete de ellas en forma consecutiva (1938– 1944) y nunca protestó un error de un compañero. Nos suena raro a quienes lo leemos hoy, pero también nos suena rara la valoración que de esa característica hace Luis Ernesto Castro.
Hoy el error no se perdona. ¿Qué titularíamos hoy día en vez de ese “Nacional finalizó invicto su campaña: derrotó a Peñarol”, con la bajada “Un público enorme llenó las instalaciones del Estadio”? Quizás pondríamos la tapa negra de Proietto, si no alguna boludez retorcida despreciando la progenie o a las gallinas.
Aquella tarde el arquero de Peñarol fue Roque Gastón Máspoli.
¿Alguien cree que si un arquero hoy en día, se comiese un seis a cero en un clásico final del Campeonato uruguayo, con el estadio repleto, con errores propios (como señala la crónica bajo el colgado indulgente: “Zapirain dejó sin chance a Máspoli”), con sospechas rumoreadas (como nos contó Mandrake) y sin paliativos, podría alguna vez volver a Los Aromos o a Los Céspedes?
Si (apenas dos ejemplos) por diez veces menos trascendencia Robert Siboldi no pudo volver y por veinte, a Fernando Muslera (pero en la selección de Tabárez, el inconmovible a esos efectos) El País le publicó a toda tapa un aviso clasificado: “Se necesita golero: por favor venir con manos”…
Después de aquella tarde, Máspoli volvió y fue el futbolista y entrenador aurinegro que más triunfos le dio a Peñarol y a la selección.
Él aprendió perdiendo a ganar todas, como había aprendido el Manco Castro, el técnico de La Máquina tricolor aquella tarde, que fue el jugador y entrenador que más títulos le dio a Nacional y al fútbol uruguayo en conjunto…
…pero aprendieron porque el medio y los medios daban la oportunidad.
Y porque la aprovecharon:
El propio Atilio García llegó a Nacional desahuciado como futbolistas, por pura casualidad. Atilio Narancio, prohombre tricolor, lo eligió, por tocayo, de una lista de jugadores de Boca que habían quedado libres. A fin de 1937 viajó Narancio a Buenos Aires (el ex Presidente siempre estaba vinculado a Nacional, en 1938 volvería a integrar la directiva, esta vez como vocal) para buscar a un atacante de Boca Juniors llamado Providente, del que se tenían buenas referencias y había alternado, ese año, como titular. En los xeneises, para jugar en el ataque estaban Tenorio, el mundialista Varallo y el paraguayo Benítez Cáceres. Ante la imposibilidad de alcanzar el objetivo de negociar a Providente cuyo pase estaba comprometido para Brasil, los boquenses le presentaron a Narancio una lista de jugadores transferibles, entre quienes figuraba Atilio García, de 23 años, que había actuado en Platense en 1936, sin demasiado destaque. Narancio, que no conocía a ninguno de los jugadores de la lista que llegaba a sus manos, se jugó al narcisismo: “se llama como yo, debe ser bueno… ¿Podrá venir a probarse este Atilio?”. Así nació algo que en Argentina todavía no se explican. El estadígrafo Pablo O. Ramírez, en su “Historia del profesionalismo argentino”, al dar cuenta del pase de Atillio García a Boca Juniors en 1937, afirma: “nadie podría imaginar, luego de su discreta actuación en Platense y su fugaz aparición en el primer equipo boquense en esta temporada, que llegaría a ser el más grande ídolo y goleador que tendrían los uruguayos”.
Por eso no nos asombra la otra parte del retrato que de él hace Luis Ernesto Castro: “Atilio fue único. Para mí fue único. La manera de cabecear pudo haberla patentado. Nadie cabeceó como él. Hacía goles con el pelo. Yo de repente estaba atrás de él, lo miraba, y me preguntaba “¿con qué le pegó?, ¿por dónde la metió?” Era un roce del pelo, un cálculo. A veces lo metía de espalda. Además se elevaba que parecía que se aguantaba en el aire. Tenía una potencia… Hizo goles de cabeza de afuera del área grande. Le pegaba bien con cualquiera de las dos piernas. Lo único que no tenía era dribbling, nada más. Prodigioso y tan humilde que cuando se le inflamaba el tobillo, no dejaba de entrenar porque decía que si faltaba a un partido perdía el puesto. ¿Se dan cuenta? ¡Él! ¡¿Quién lo iba a sacar?!”
Lo habían sacado en Platense y en Boca. Perdonaba los errores de todos menos los suyos. Lo imagino lleno de dudas, como el actor Julio Calcagno confesó que se siente antes de cada función:
“Sé que trasunto seguridad -dice Calcagno-; todos piensan que la hago de taquito. Y yo debería ser sincero y demostrar lo que siento. Pero si de repente te digo a vos, o a un familiar, o a un ser muy querido, que tengo miedo, que siento pánico, inseguridad, que estoy cagado hasta los pelos antes de entrar, cuando entro, mientras estoy en el escenario, no me lo cree nadie. “No rompas los huevos” te dicen. Pero es así. Es así como yo te lo digo. Paralelamente a eso, me doy cuenta que el resultado de las cosas que hago últimamente es bueno, que estoy rindiendo, que la gente responde, me siento recompensado, y sin embargo estoy siempre tenso, lleno de dudas. Y estoy satisfecho con mi trabajo: sé que sale bien. Pero termino hecho mierda. El otro día yo le decía a Delfi Galbiatti, que Vitorio Gassman, Lawrence Olivier, Marlon Brando, Antonhy Hopkins, esos monstruos, tienen los mismos merengues psicológicos que nosotros acá, con la pequeña diferencia que ellos ganan millones de dólares. Pero cuando actúan, están igual que nosotros. Llenos de dudas”.