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Crónica (11): Enviados de tenfield.com evitaron ser robados y… ¿la muerte?




Imágen de la autopista que lleva desde el centro de San Pablo hasta las puertas del Estadio de Itaquera. Para el retorno hay que volver a tomarla. El taxímetro que contratamos para volver del Estadio, nunca la agarró...


23 junio, 2014
Pelota al medio

Escribe: Atilio Garrido / Fotografías: Fernando González (enviados especiales)

Imágen de la autopista que lleva desde el centro de San Pablo hasta las puertas del Estadio de Itaquera. Para el retorno hay que volver a tomarla. El taxímetro que contratamos para volver del Estadio, nunca la agarró...

Imágen de la autopista que lleva desde el centro de San Pablo hasta las puertas del Estadio de Itaquera. Para el retorno hay que volver a tomarla. El taxímetro que contratamos para volver del Estadio, nunca la agarró…

En la nota anterior, la que “colgamos” el sábado pasado, quedamos en el momento en que el policía nos confirmó que la camioneta no venía a buscarnos, porque el dueño de la empresa le ordenó que no realizara un nuevo viaje. Resolvimos tomar un taxímetro. Cuando salimos caminando hacia la fila de taxis, al lado nuestro pasó uno libre, andando. Lo quisimos parar, se entretuvo, pero desde allá lejos los choferes de los otros “tachos” que aguardaban pasaje –ahora a unos 150 metros de distancia-, empezaron a gritar y mover las manos, como reclamando que el viaje tenía que ser de ellos. Juro que intenté meterme en el que detuvimos, el que venía andando. Pero sentí la voz del “Gallego”…

“No, no, Atilio. Tienen razón aquellos que están allá esperando y no este que pasa de lechuza”.

Su ancestral forma de pensar según los dictados que inculcan los comunistas en defensa del gremio, casi nos lleva a la tumba. Le hice caso. Los tres -“Chelo”, el “Gallego” y “eu”- caminamos cargados como burros con todos los bolsos y llegamos al lugar donde estaban los “tacheros”. Cuatro conductores comenzaron a preguntarnos al unísono, hablando uno encima de otro, si quedaba mucha gente adentro. La escena resultaba rara, extraña. Parecía que estábamos en Nápoles, donde todos hablan a la vez, se pelean y arman confusión… Respondí que no quedaba casi nadie. Que la Sala de Prensa cerró. Que, tal vez podía quedar algún personal menor por salir. Confieso que “algo olía mal en Dinamarca”, recordando a Shakespeare cuando en el Liceo, en la clase de Literatura, era una obligación estudiar el “ser o no ser”. Abrí el ojo ante tanta confusión. Encaré al chofer del auto que estaba primero en la fila. En mi “portuñol” bastante entendible le expliqué dónde íbamos. Al Hotel Pullman, en el centro de la ciudad, en la “rua Joinville muito perto de la Avda. 3 de maio”, que era lo recordaba del viaje de venida que –vaya uno a saber el por qué-, lo hice sentado adelante, en el único asiento al lado del conductor de la camioneta. El “tachero” me decía que la avenida era “23 de maio” y no “3 de maio”, como yo le expresaba. En medio de la confusión el “Gallego” sacó la llave del hotel que era una tarjeta y detrás, escrita, figuraba la dirección “Joinville 5115, Ibirapuera”. Clarito como el agua. El conductor la leyó, me dijo que estaba okey y le pregunté cuando cobraba.

-“Lo que marque el apaerelho”, me respondió. Inmediatamente pensé que nos iba a sacar a pasear por todo San Pablo, por lo que concreté más la pregunta.

  -Pero… vocé conhece, ¿Cuánto maios o menos, para ter una idea?

-“Eu hayo unos 80 reales, mais o menos”.

Bueno, vamos. Metimos todos los bolsos en el baúl. El “Gallego” y “Chelo” se sentaron en el asiento trasero y yo adelante, en el del copiloto. La salida de la Arena Corinthians es fácil. Se debe tomar por doble vía ancha que va serpenteando hasta llegar al corazón de San Pablo después de una hora de viaje. A esta altura de la noche -las 22.40-  el tráfico era muy escaso lo que permitía un andar más rápido.

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Confiando totalmente en que todo estaba bien, y para aprovechar el tiempo, comencé a borrar de mi pequeño celular muchos mensajes porque la memoria estaba llena. Me despreocupé del viaje y el camino que tomaba el vehículo. Si alguna condición positiva tengo, es que me oriento vez geográficamente en las ciudades. En tiempo sin GPS, a puro mapa, nunca tuve problemas para andar en auto por toda Europa, por ejemplo. Apenas si percibí que el chofer hizo una llamada por su teléfono celular. Atrás, el “Gallego” y “Chelo” comentaban la sensacional victoria de Uruguay. De pronto, después de transitar unos veinte minutos en el taxi, levanto la vista y miro a mí alrededor. El coche andaba en un barrio de mala muerte, sin luz, de calles estrechas. Observé el GPS que no había conectado, y marcaba un camino correcto, pero no sabía hacia dónde. Comencé a preocuparme.

“¿Vocé sabe a onde vai?, le pregunté.

-Sí, claro.

Aguardé.Pasaron varios minutos más. Observé que el chofer manipuló el GPS, anduvo otro poco por idénticas calles oscuras. Por ningún lado aparecía la doble vía y, lo que era peor, todo indicaba que el auto se internaba cada vez más por zonas de arrabales, difíciles… Por la calle no se observaba ningún transeúnte. De pronto comenzó a sonar insistentemente el celular del chofer…

-Es el suo, le dije.

-“Mais no da pra atender”, me respondió.

  -Atienda, atienda, no hay problema…

Atendió, habló muy rápido y no pude chapar ni jota de lo que decía. Se me ocurrió que en la primera llamada avisó que había cazado unos giles para robar, y que en las llamadas que él no atendía, le confirmaban que nos estaban esperando para emboscarnos, fingir un robo y de pronto, en una ciudad violenta como esta, también matarnos. Entre pertenencia del trabajo, plata en mano, reloj, etc., el botín andaba por los 30.000 dólares…

“¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ¿En qué estás pensando?”, gritó el “Gallego” desde el asiento trasero. Sin duda, en su mente comenzaron a fluir las imágenes del Campeonato Sudamericano de 1989, disputado en Brasil, cuando en la sede de Goiania lo emboscaron y le robaron todas las máquinas. Le respondí que no sabía lo que pasaba pero que me daba la impresión que algo tramaba el piloto. Interiormente, pensé que el taxímetro salió del estadio rumbo al centro y que se desvió hacia la derecha internándose en barrio periféricos. Presumí que en complicidad con amigos o los otros “tacheros” prepararon una celada para robarnos. Atiné a sacarme el reloj que me regaló mi hermano de vida, Kleber Leite, de un valor elevado, metiéndomelo en la media. En la otra puse la plata. Me preparaba para lo peor. Pensé sin decirlo: que nos afanen y no nos maten. Se me escapó el rollo y agregué a ese panorama los pensamientos sobre lo que ocurre siempre en San Pablo, con titulares de televisoras, radios y prensa.

Un momento después, como por arte de magia, el vehículo desembocó por una callejuela en una esquina un tanto amplia, donde desembocaban cinco o seis callecitas, dominada por las luces y la actividad de una estación de nafta. El chofer la bordeó y se metió, nuevamente, en una de esas estrechas “ruas” oscuras, pequeñas deshabitadas, sin gente y seguía idéntico camino en igual panorama…

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En ese momento le ordené al chofer que parara “o carro y fique aquí”, señalándole el cordón de la “rua”. El hombre reaccionó y comenzó a pedir disculpas, a decir que se equivocó en la salida, que tomo mal una ruta, que ahora puso en el GPS la dirección correcta, que todo estaba bien y que el “precio ya estaba fechado”, por más que el taxímetro seguía corriendo y marcaba 45 reales. Si faltaban 35 reales para completar el viaje, llevábamos media hora recorriendo calles oscuras de arrabales, ¿cómo hacía para llegar al centro de San Pablo en el poco tiempo que quedaba para cubrirlo económicamente? El asunto no cerraba. Allí mismo con el auto detenido, desde atrás “El Gallego” pregunta “¿Qué hacemos?”, ante lo cual le ordeno al conductor que pegue la vuelta y nos deje en la estación de nafta. El hombre no quería, argumentaba que el precio estaba cerrado, repetía que se equivocó en la salida… Amagué bajarme del auto y entonces dio vuelta dejándonos en el “posto de gasolina”, sin cobrar lo que marcaba el reloj. En ese momento, comenzó otra historia…

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El “Gallego” y “Chelo” se quedaron en un costado de la pista de la estación de gasolina. En otro costado desde un auto de color rojo, estacionado, salía una música fuerte, impresionante, que aturdía. Afuera, al lado del coche, dos muchachos no tan jóvenes, tomaban cerveza y comían papas fritas. Mirá la escena y me fui a hablar con uno de los expendedores. Un muchacho joven.

-“Voce pode ligar un taxi para nos. Somos jornalistas…” Los tres llevábamos colgadas las acreditaciones que, cada mundial, la FIFA las manda imprimir más grandes y coloridas. No me respondió y me mandó a hablar con otro funcionario, con más años, que tenía guantes y que era una especie de encargado. Le pregunté si por ahí pasaba algún taxímetro. Me dijo que no, que era imposible, que por ese lugar nunca pasaba ningún taxi y menos a esta hora. Y agregó que iba a llamar uno. Comenzó a discar y… nada, nada, nada. Entre llamada y llamada despachaba nafta a los coches que venían. Efectivamente por allí no pasaba ningún taxi. ¿Cómo llegar al centro? Ni idea. Me sugirió que tomáramos un ómnibus para Itaquera. Yo creí que estaba loco. Si habíamos salido desde Itaquera que es el lugar donde se construyó el estadio. En ese momento se me ocurrió una solución heroica. Fui a hablar con los dos muchachos que estaban fuera del coche rojo, tomando cerveza y de donde salía la música que aturdía.

-“Somos jornalistas uruguayos. ¿Vocé no quiere ganar un dinheiro, faciendo un viaje hasta el centro? Eu pago. Vamos pra Hotel Pullman, no centro, rua Joinville…”

Los dos muchachos se miraron entre sí. Soltaron una carcajada y una respuesta a coro, sonriendo más grande:

-“Vamos a pegar a o Japonés. Ele da carona…” Se subieron al coche rojo –creo que era un “fusca” de los viejos- y se fueron. Resolví esperar. “Carona” en portugués es que te llevan en el auto cuando hacés dedo en la ruta. Caminé, me junté con el “Gallego” y “Chelo”, les conté lo ocurrido y esperamos. Comenzaron a transcurrir varios minutos, con todo tipo de comentarios…

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Pasaban los minutos. El “Japonés” no aparecía. El reloj superaba las once de la noche. En ese momento, el encargado de la estación de servicio que llamaba un taxi sin conseguirlo, me dice que él nos iba a llevar en un coche que se encontraba estacionado allí. Un gesto enorme. Estábamos salvados… Pero en ese momento llegó el “Japonés”, muy sonriente, en un auto negro, medio viejo, junto con el “fusca” rojo. ¿Qué hacíamos? ¿Ahora teníamos dos soluciones? El “Gallego” se inclinaba por el auto de la estación de servicio. El “Chelo” también. A mí -que medio piloteaba la salida como líder del grupo- la cara del “Japonés” me pareció confiable. Además, los dos muchachos nos hicieron el favor de ir a buscarlo. Y lo trajeron… Eran conocidos de los de la estación de nafta. Subimos al auto del “Japonés”. Yo adelante, como copiloto, el “Gallego” y “Chelo” atrás. Comencé a hablarle, le expliqué qué íbamos al Hotel Pullman en el centro de San Pablo, en la rua Joinville. Me dijo que sí, que pasábamos por la casa a buscar la libreta de chofer. Anduvo unos minutos en medio de un barrio de suburbio, sin luces, sin gente. Me pareció extraño. Pero, estábamos jugados… El “Japonés” cumplió. Entró, salió y se puso en marcha…

Desde el asiento trasero "Chelo" Ruíz Días fue quien divisó que volvíamos al Estadio de Itaquera (en la imagen) con lo que que quedaba demostrado que el otro taxista nos llevó en sentido totalmente contrario. En lugar de ir para el centro de San Pablo, tomó al revés, en sentido contrario, para más afuera...

Desde el asiento trasero “Chelo” Ruíz Días fue quien divisó que volvíamos al Estadio de Itaquera (en la imagen) con lo que que quedaba demostrado que el otro taxista nos llevó en sentido totalmente contrario. En lugar de ir para el centro de San Pablo, tomó al revés, en sentido contrario, para más afuera…

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El auto empezó a andar mientras yo le hablaba al “Japonés” de todo. El coche seguía marchando por barrios marginales, de pobreza infinita, aunque no había gente por la calle. El vehículo caminó durante 20 minutos. De pronto, desde atrás, dice el “Chelo”:

-“Estamos llegando de nuevo al estadio de Itaquera…”

-“Vos ta’s locos, ves visiones”, respondió el “Gallego”.

El auto anduvo un poco más y… ¡efectivamente, “Chelo” tenía razón! El “Japonés” se metió con el auto por la autopista que pasa al lado estadio, lo dejó atrás y siguió rumbo al centro. En ese momento mi presunción de que el otro “tachero” nos llevaba al matadero, se confirmó totalmente. En lugar de tomar rumbo al centro, nos llevaba más lejos aún y hacia el lado contrario. Hacia las afueras de San Pablo. Es como si un taxista está en el Estadio Centenario, lo toma un extranjero, le pide que lo lleve al Hotel Carrasco y… arranca para el Borro o el Barrio 40 semanas. El “Japonés” andaba a buena velocidad y con seguridad por donde iba. El paisaje lo identifiqué similar al que tomamos en la camioneta para ir al estadio. Entonces, hablando despacio (“devagar”) para que entendiera, le conté lo que nos había ocurrido. Escuchó atento. Cuando terminé, el “Japonés” sonrió mostrando sus dientes que parecían un teclado de piano, y dijo con voz fuerte:

-“Iban a roubar a voces. No tem dúvida. Levaba para que robaron. Ou también mataran…”

Cuando llegó a las cercanías del centro, el “Japonés” agarró el teléfono celular, puso el GPS, buscamos Hotel Pullman y nos dejó sanos y salvos, a la una de la mañana. Una corazonada, “algo” que se me ocurrió en un instante cuando ordené que el otro “tachero” detuviera el vehículo para bajarnos, evitó que nos afanaran todo lo que llevábamos encima. Y de pronto, también nos salvó la vida a los tres. Salute.

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