Crónica de viaje (4): como en 1970 cuando “robó” a Uruguay, Brasil camino al título
Escribe: Atilio Garrido / Fotografías: Fernando González (enviados especiales)
Desde que los mundiales fueron transformados en un súper negocio por la primer gran multinacional de las empresas privadas que es la FIFA, los países participantes y en consecuencia los periodistas, están obligados a andar yirando como maleta de locos por el país sede. También los hinchas, que son los únicos que en este mundo del clink-caja que es el fútbol de hoy, se mueven impulsados por la pasión, se ven sometidos a esa necesidad para seguir detrás de los colores que aman. ¡Lejos quedaron aquellos tiempos de 16 naciones participantes que actuaban en la zona de grupos en una sola ciudad, con traslados posteriores cortos para los octavos de final! Ayer recordaba mi primer mundial en México’70. Se disputó en cuatro grupos que jugaron en el Distrito Federal, Toluca y Puebla (las tres muy cercanas, separadas apenas por un centenar y pocos quilómetros), y en Guadalajara y León algo más alejadas. Uruguay se alojó en el “Mesón del Ángel”, en las cercanías de Puebla, la ciudad donde jugó los tres partidos del grupo en el Estadio Cuauhtemoc. El calendario marcaba que en caso de clasificar no se movía de la zona, porque el cotejo de octavos de final lo disputaba en el estadio Azteca de México DF y, en caso de seguir, continuaba actuando allí la semifinal y la final. ¡Apenas 131 quilómetros separan Puebla del Distrito Federal, capital del país! Eso era un papa. Recuerdo que yo manejaba el Dodge Dart 0 km. que Radio Sarandí alquiló para el equipo que comandaba Carlos Solé. Diariamente viajábamos en el auto a Puebla para ver los entrenamientos. Obvio que no eran a puertas cerradas como ahora. Existía otra comunión y también otros códigos entre el periodismo, los jugadores y los técnicos. Fue en esa ocasión, en ese mundial mexicano, dónde los brasileños hicieron de las suyas en perjuicio de los uruguayos. Y esto viene al caso a raíz de lo ocurrido ayer, jueves, en el partido inaugural, donde el juez japonés le metió la mano en el bolsillo a los croatas inventando un penal que marcó su derrota…
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En México’70 no fue un juez el que fundió a Uruguay. El verdugo resultaron ser los dirigentes de la CBD que entonces presidía Joao Havelange y tenía, como su espada principal a Abilio D’Almeida, que se movía como pez en el agua manejando los arbitraje y a los dirigentes de la FIFA. Voy a contarlo una vez más, para demostrar que esta capacidad de Brasil para respaldar al equipo desde fuera de la cancha no es nueva. Viene desde 1950. En esa Copa, cinco partidos de Brasil los arbitraron jueces británicos. El restante lo condujo un español. ¡Qué casualidad que en aquel tiempo, desde 1948, la CBD contrató jueces británicos para dirigir los partidos del fútbol local en Río y San Pablo! Y continuaban actuando en 1950. El juez de la final ante Uruguay, el inglés Reader, hizo todo lo posible para evitar el “Maracanazo”. El gol de Brasil marcado por Albino Friaza fue anotado en clara posición adelantada. Roque Máspoli lo afirmó siempre, hasta su muerte. Las precarias imágenes lo muestran a Friaza, sólo, recibiendo la pelota y rematando al arco oriental. Esa incidencia generó la protesta inmediata de Obdulio, que siempre sostuvo que fue a reclamar por el “orsai” de Brasil, como él lo decía. Nunca pensó en calmar a los hinchas, en dejar pasar la euforia colectiva, porque la misma continuó varios minutos después que se reanudó el partido. El mismo Mr. Reader, en el primer tiempo, no cobró un claro penal a favor de Uruguay. Y esto lo sostuvo siempre Míguez. Pero me estoy yendo para otro lado, perdiendo el rumbo de lo que pasó en México’70 con las distancias entre las sedes y el acomodo de Brasil. Volvamos a nuestra historia…
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Uruguay clasificó segundo en su grupo. El fixture marcaba el partido siguiente en el Azteca del DF, ciudad con altura, ante el ganador de la llave uno obtenida por la Unión Soviética. Los celestes le ganaron en el alargue, por primera vez en la historia a los rusos con aquel gol polémico de Espárrago después del centro que sacó Cubilla sobre la raya. En la grabación del relato de Solé, detrás y como fondo, está mi llanto junto al de Norberto Mazza, el locutor comercial de Radio Sarandí. Por el otro lado del calendario, Brasil jugó todos los partidos en Guadalajara donde actuó como local. Llevaron “Escolas do samba” que alegraban todas las noches la calurosa ciudad, convirtiendo en carnaval adelantado después de cada partido ganado ante Inglaterra, Checoslovaquia y Rumania en el grupo y luego ante Perú. Esos cuatro partidos se disputaron en el Estadio Jalisco, en medio de un enorme calor. Tanto que Pelé, ya entrado en años pero siempre genial, jugaba en el largo de la cancha que tenía sombra proyectada por la visera del escenario. En un medio tiempo era No. 10 y en el otro No. 8. Vale recordar que no existían los partidos nocturnos porque el reglamento lo impedía y, además, no era necesaria esta maratón de partidos actuales para apurar el calendario en la etapa de grupos. En consecuencia, el fixture marcaba que Brasil tenía que abandonar el enorme calor de Guadalajara y viajar hasta la altura de México DF para enfrentar a… Uruguay. ¡A 20 años exactos del “Maracanazo”! Esto estaba claro, muy claro, y así lo señalaban los miles y miles de folletos distribuidos por la FIFA y publicados en el mundo entero. Pero…
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A los brasileños les entró el “chuco” por la posible repetición del “Maracanazo”. Tengo en mi archivo los diarios mexicanos que se preguntaban si podía darse un “Guadalajarazo”… El susto de los bayanos tenía sus razones. Uruguay estaba aclimatado a la altura del Distrito Federal. Brasil no. Uruguay apenas tenía que viajar 131 km. para disputar el partido. Brasil debía recorrer 600 km. desde Guadalajara. Los uruguayos descansaban en “El Mesón del Ángel” recuperándose de los 120 minutos ante Unión Soviética del domingo. La semifinal se llevaba a cabo el miércoles. Con mi ansiedad y deseos de intentar siempre ser mejor, en sana competencia periodística –pero ser mejor, perseguir la primicia, rechazar las conferencia de prensa-, en la noche del lunes me di una vuelta por el hotel donde funcionaba la FIFA. Reitero que no eran los tiempos actuales, donde miles y miles de periodistas de todo el mundo buscan la noticia. Para los jóvenes, les cuento que no existía el celular, el twitter, el Facebook, las redes sociales y todas esas cosas que hoy convierten a cualquier persona en centro de atracción informativa al instante. En esa visita me entero que se encontraba reunido el Comité Organizador de la Copa del Mundo. Esperé junto con un puñadito de no más de diez periodistas del mundo. Cuando culminó la reunión anunciaron –no había cámaras porque no existían como en la actualidad y sólo se destinaban por primera vez a la filmación de los partidos para pasarlos “en vivo”, en algo que fue histórico en los mundiales-, que el partido semifinal entre Brasil y Uruguay fue cambiado de sede, fijándose Guadalajara para su disputa. Era una locura. Se variaba lo que durante meses se anunció mundialmente en los calendarios. Ningún dirigente uruguayo participó de la reunión. Sin embargo, observé como sonriente, muy sonriente, abandonó el recinto el brasileño Abilio D’Almeida…
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Desde mi atrevimiento de los 20 años me animé a preguntarle al informante mexicano el motivo de tamaña decisión. Me miró y simplemente respondió: “el Reglamento habilita al Comité Organizador a tomar decisiones en caso de fuerza mayor”. Se dio media vuelta y se fue. La “fuerza mayor” fue la presión de Brasil para no salir de Guadalajara. La “fuerza mayor” fue la oposición de Uruguay en el Congreso de la FIFA realizado antes del torneo, a la reelección del pirata inglés Stanley Rous como Presidente. Recuerdo que mientras el delegado uruguayo, Dr. Rodolfo Larrea, argumentaba su posición lógica en contra, dejando en claro el robo que apadrinó Rous en el mundial anterior, perjudicando a Uruguay y Argentina para que Inglaterra ganara el título, el inglés escuchaba por el auricular de la traducción simultánea y esbozaba una sonrisa como diciendo, “yo te voy a dar a vos, ya vas a ver…” Bastó que los brasileños se movieran, para que el pirata inglés se la diera con queso a los yoruguas.
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No existían las transmisiones inmediatas. Para hablar por teléfono desde México a Montevideo la demora era de varias horas, por conexión de operadora. Recuerdo que llegué al apartamento que Radio Sarandí alquiló en la “zona rosa”. Cuando le dije a Solé la noticia, comenzó a blasfemar. Lo mismo ocurrió cuando en “El Mesón del Ángel” se enteraron los uruguayos. Aquellos fue una locura. La AUF protestó y apeló la resolución absurda. Tenía razón pero… ¡marche preso! La delegación tuvo que salir de urgencia el martes de mañana para recorrer los 600 km. hasta Guadalajara. Llegaron destruidos. Con Solé a la cabeza, el viaje en automóvil -que conduje- fue un calvario. En una carretera pequeña nos fuimos internando en el calor húmedo. Cubilla abrió el marcador. En el último minuto del primer tiempo empató Clodoaldo. Siempre me pregunté, aún hoy, ¿qué hubiera pasado si esa etapa inicial culmina con victoria parcial de los celestes? ¿Se imaginan lo que hubiera sido ese vestuario de Brasil aleteando el fantasma de 20 años atrás? En esa instancia, Uruguay perdió por culpa exclusiva de la alta diplomacia de Brasil, la CBD (hoy CBF), Joao Havelange, Abilio D’Almeida y el pirata inglés Stanley Rous. Ayer, el juez japonés mostró con sus varios errores –principalmente el absurdo penal que sancionó- que Brasil va camino a impedir, de cualquier manera, que 64 años después se repita la historia del “Maracanazo”.
Salute.
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