Defensorianas
Traigo a cartelera en homenaje a la Clasificación de Defensor Sporting a Semifinales de la Libertadores, dos columnas que, en diversas ocasiones subí a esta sección y aplican al momento.
Refieren a la hazaña del 76, cuando Defensor rompió la hegemonía de Nacional y Peñarol como campeones del fútbol profesional uruguayo, ahora que La Violeta está a dos pasos de quebrar además la hegemonía de Peñarol y Nacional como campeones de la Libertadores entre los clubes uruguayos.
La segunda es la historia de un hincha, Antonio Grossi. La primera, acerca del técnico del 76, el Profe De León.
TRES MILLONES DE “PROXENETAS”
Al director técnico José Ricardo De León don Carlos Solé lo detestaba.
Detestaba a los directores técnicos en general, decía que eran “los proxenetas del fútbol”.
Y don Carlos no era de los que acostumbran a ser imprecisos con los términos que utilizan. Por el contrario, la precisión de palabra de Solé era asombrosa. Muchas palabras poco comunes se introdujeron en el habla popular de los uruguayos porque él conformaba las figuras de su narración con términos muy precisos.
“En la intersección de las tribunas Olímpica y Amsterdam, Joya bailotea con la pelota” era una figura, como “se produce un scrimage” o “tiro libre para Nacional, a manera de corner corto, en el cuadro 23”, porque hubo una época en que el partido que relataba Solé se jugaba en la cancha de papel que CX 8 repartía entre sus oyentes. Recién en los años setenta llegaría al relato de fútbol uruguayo (y se impondría) el primer realista: Víctor Hugo Morales. Solé narraba con figuras de ficción bien definidas, más funcionales que las de otros relatores de la primera época (como Duilio De Feo o Cheto Peliciare), y distanciando el terreno en la imaginación del oyente. Cuando se excedía en un término, pedía disculpas. “Si se me disculpa –o “si se me permite”- la expresión poco académica”, decía, pero a los directores técnicos no les pidió disculpas por llamarlos proxenetas, ni siquiera ante un juez.
En rigor, la expresión proxeneta poco académica no es, pero sí brutalmente ofensiva para los directores técnicos. La Asociación Uruguaya de entrenadores de fútbol le hizo juicio para que se disculpara. Solé se negó rotundamente a retractarse y fue procesado sin prisión.
Todos sabemos que el Uruguay somos tres millones de directores técnicos de fútbol, pero hubo uno en particular al que don Carlos consideraba el mayor de los proxenetas: el profesor José Ricardo De León.
Desde que éste apareció como técnico interino de Nacional en 1965, aplicando ya un esbozo de su sistema, con excelentes resultados, Solé lo tildó de defensivo y educó el gusto de los periodistas y de los hinchas de la época -porque así como existe una educación para la ciencia y para la técnica, también existe una educación para el gusto-. Solé era formador de opinión casi unánime.
Pasaron los años y a De León le tocó llegar al estadio Centenario enfrentando con Defensor a Peñarol y a Nacional, que era el Campeón del Mundo (1971). “Inmediatamente Carlos Solé se convirtió en enemigo del sistema De León, criticándolo, una vez sí y otra también, con singular dureza –reconoce Atilio Garrido, quien trabajaba en el equipo de CX 8, al lado de don Carlos–. “Solé era, en ese entonces, el narrador número uno del Uruguay con una audiencia tremenda, casi unánime. Cuando los violetas salieron a la cancha, el público y los periodistas no entendieron nada. Baudilio Jauregui llevaba en su espalda el número 11 y era el back derecho; Miguel Puppo, nada menos que el centrojás, tenía el 9… y así ocurría con todos. Solé comenzó a despotricar por el micrófono…
-No puede ser, esto es antirreglamentario, es otro invento de este director técnico payaso…
El término no era impreciso. De León era un gran admirador de Chaplin y tenía bastante del mejor payaso de todos los tiempos. Varios gestos escénicos suyos le sirvieron para consolidar sus hazañas. Por ejemplo, cuando en el partido final en que coronó campeón uruguayo por primera vez en la historia a un cuadro chico, él se retiró del campo, caminando lentamente junto a la raya, cinco minutos antes de terminado el partido, para dar a entender que ya estaba cerrado, ganado, definido y para captar en su largo trayecto la atención del público, enfriando aún más el remate del partido.
En ese mismo campeonato, ordenó a sus jugadores no hacer ningún festejo ni gesto de alegría siquiera, cuando les ganaron a los grandes en el estadio, entrar al túnel como si nada raro hubiera pasado, dando a entender que sólo festejarían la obtención del título, en una época en que ningún chico lo había conseguido y las muy infrecuentes veces que le empataban tan sólo a Peñarol o a Nacional, hacían la tal fiesta (la historia secreta dice que cuando cerraron el vestuario, antes de permitir la entrada de los periodistas, dieron rienda suelta a la euforia, pero la teatralización en el escenario fue perfecta).
Teatralización brechtiana cuando dio la vuelta olímpica hacia la izquierda en 1976, el año más cruento de la dictadura. Defensor se consagró el primer cuadro chico Campeón Uruguayo profesional, rompiendo cuatro décadas de hegemonía de Peñarol y Nacional.
Más de cuatro años antes, aquella tarde en que Solé lo trató de payaso, De León también había pensando en la escena, porque si bien ya practicaban el sistema desde bastante antes y entre relevos y coberturas poco podrían definir los periodistas de qué jugaban algunos de los violetas, lo cierto es que, hasta el momento mismo de ingresar, no les avisó a sus futbolistas que entrarían a la cancha con números cambiados.
Cuando el utilero Méndez iba a repartir las camisetas al estilo tradicional, el Profe se las quitó de las manos, las puso dobladas sobre la mesa de masajes y les dijo a sus jugadores:
-Cuando vayan para la cancha agarren sin fijarse en los números. (Estamos hablando del año en que Johan Cruyff comenzó a usar la número 14 como internacional por primera vez -en Holanda lo hizo contra el PSV a fines del año anterior, porque venía de una lesión y Gerry Muhner se había quedado con la 9). Tiempo después Pepe Schiaffino escribió en su columna de Últimas Noticias: “Quién o quiénes hayan sido los pioneros en crear esa forma de actuar, nunca se sabrá bien. Alguien asegura que fue Mitchels, otros se lo atribuyen al profesor José Ricardo De León, aunque a pesar de todas estas versiones es muy difícil establecer fehacientemente cómo y cuándo alguien llevó a la práctica el sistema, que posteriormente tuvo resonancia a nivel mundial”.
Defensor, en realidad, pese a la acusación de Solé, estaba dentro de lo que siempre permitieron las leyes del juego, que obligan a numerar a los jugadores pero no a que los números indiquen posiciones. Un lema del Profe era: “dentro del reglamento todo” y fue un gran estudioso del reglamento. Partió del reglamento para edificar su sistema. “El reglamento dice que se juega con una sola pelota -fue su primer hallazgo-, por lo tanto no tenemos que marcar a Artime, tenemos que marcar la pelota para que no le llegue a Artime. ¿Cuántas veces por partido toca Artime la pelota? Tres y ¿cuántos goles hace? Dos. Por lo tanto si le llega la pelota estamos liquidados. Nosotros a él no lo vamos a marcar, ni hombre a hombre ni en zona ni con referencia, nada, vamos a marcar a la pelota para que no le llegue”.
Y en aquel primer tiempo a Artime la pelota no le llegó. Durante los primeros cuarenta y cinco minutos contra el Campeón del Mundo, Defensor no dejó pasar a Nacional de la mitad de la cancha, poniendo el bloque en cancha rival y obligándolo a salir de pelotazo para lo que aquel Nacional no estaba preparado. ¿Era defensivo como decía Solé -y “antifútbol”- o era potentemente ofensivo ese sistema? Cruyff dice que gana el que tiene la pelota y marca más que el rival. ¿Es ofensivo o defensivo? Lo cierto es que Uruguay no pudo mostrar sus cambios, porque a pesar de sus hazañas -o por ellas-, el Profe no pudo dirigir a la Selección, por cuestiones políticas que Rinus Michels -y el propio Carlos Solé, sufriéndolas tanto como el Profe; en éstas, de su lado- entendieron en sus momentos, pero ese es otro tema.
Antes de salir campeón con Defensor, al Profe lo llevaron los argentinos para ganar su serie con Rosario Central y salió Campeón con Cúcuta en Colombia (también fue Campeón en México con el Toluca –todos cuadros que no estaban entre los que normalmente definían los campeonatos-). Se hizo famoso entre quienes sabían que estos resultados en Uruguay no son inocentes: “En la Copa Uruguaya de 1972 los violetas alcanzaron el tercer puesto totalizando 26 puntos, dos menos que Peñarol (28) que fue el segundo, pero, más allá de la ubicación final, durante todo el año Defensor mostró un fútbol nuevo, revolucionario y que, justamente frente a los grandes y en el Estadio Centenario, resultó altamente positivo al extremo que de los cuatros partidos disputados le ganó a Nacional y a Peñarol un partido y empató el otro con los aurinegros. De 8 puntos en juego ante los grandes los violetas lograron 5 unidades” (Garrido, Segunda Parte de “Mi revolución”).
El plantel con el que se manejó en 1972 no tuvo grandes variantes con el del año anterior, consciente de la necesidad de trabajar con una base que fuera dominando el conocimiento perfecto del sistema. Jauregui, Líber Arispe, Puppo, Caresani, Leonardo Hernández, Juan Carlos Leiva, Omar Mondada, Alfredo Cáceres y Gustavo León, los que agregó a otro veterano, Jorge Oyarbide, a quien De León ya había dirigido en Nacional.
En 1978 Nacional ganó la Liguilla dirigido por el Profe De León, siendo goleador Alfredo De los Santos, polifuncional, con el número 14. Homenaje a Cruyff, quien, como ellos, no estuvo ese año en el Mundial, en el fondo por el mismo motivo (ver http://www.tenfield.com.uy/de-que-jugaba-el-14/). El Profe al salir campeón, se fue del estadio caminando por la tribuna Olímpica en vez de hacerlo por el túnel de la América, en otro gesto escénico que Solé ya no hubiese cuestionado con acritud.
UN CUENTO DE MEMPO
“Vivía para Defensor”, recordó su viuda, Julia Rovira, cuando la entrevisté, “para él no había otro club ni en Maldonado ni en Montevideo. La violeta y nada más”.
Su amigo don Juan Ramón López, a sus ochenta años, lo definió así: “Antonio Grossi era rabioso de Defensor. El único de todos nosotros. Había alguno de Wandereres, de la época del Tito Borjas, pero la mayoría éramos de Nacional y había muchos de Peñarol, en cambio Antonio siempre fue de Defensor”.
“Cuando podía iba a Montevideo a ver a Defensor”, me dijo Julio Gómez, uno de los tres gurises que fundaron el Defensor fernandino, el 9 de octubre de 1934; los otros dos fueron Grossi y Giodala, pero mientras Gómez y Giodala se mantuvieron fieles a su simpatía tricolor y los demás futbolistas de aquel equipo violeta fernandino también eran bolsos o manyas, Grossi ya era violeta desde antes. “Le pusimos Defensor por seguirle la corriente a Antonio”, me explicó Julio Gómez, a sus ochenta y siete años.
La vida de Antonio Grossi quedó ligada desde entonces a Defensor, a partir de aquella camiseta violeta número 3 que usó desde 1934 y lo marcó como “El tuerto fernandino” para toda la ciudad, al punto que Franzini lo nombró cónsul del Club Atlético Defensor en San Fernando de Maldonado.
Era como representar a un país del que no había inmigrantes, pero él se impuso la obligación de seguir la campaña violeta, lo que le costó no pocos disgustos y soportar durante cuarenta y dos años, todas las bromas de la abrumadora mayoría de simpatizantes de Peñarol y de Nacional. Claro que Antonio no se quedaba atrás. En las ruedas de amigos, con el hermanito Miranda, Ricardo Hernández, Julio Gómez, Panchito Ribeiro, Juan Ramón López, Antonio Tejera, hablaba de Radici, de Sasía, de Demarco y cuando sus ídolos pasaban a defender la camiseta de un grande, él tenía el recuerdo del Loncha García para replicar. “Nosotros fuimos los primeros que vendimos un uruguayo no oriundo al fútbol italiano. Al Loncha lo vendimos directamente al Bologna. En el 49, con Carbonaro, le hicimos la despedida acá, en Maldonado. No estuvo en Maracaná porque lo vendimos antes, pero fue el mejor insider que se ha visto”. El cónsul violeta en Maldonado se casó poco después de fundar el club y, ese mismo año, ingresó como barrendero a la Intendencia Municipal fernandina.
En 1976 hacía cuarenta y dos años que trabajaba en la Intendencia, sin una sola observación en su foja de servicios. Había llegado a ser Director de Parques y Jardines, donde plantó violetas y consiguió las mejores especies de semillas para la cancha del Defensor fernandino. También fue Director del Aeropuerto de El Jagüel. En 1976, a los sesenta años ya cumplidos, Antonio podía acordarse de cada domingo de los últimos cuarenta y dos años, porque todos habían sido muy parecidos. Vibrando en la cancha con la camiseta violeta, primero de jugador y después como dirigente e hincha y escuchando a Carlos Solé para enterarse, en la previa, de la formación de su equipo en el parque Rodó y después permanecer atento a la interrupción de los cronistas de canchas chicas cada vez que se cometía un gol o se iba a tirar un penal. Y todos los lunes a las siete de la mañana, cuando salía hacia el Municipio, compraba El País –Antonio era oribista a muerte-, para enterarse de los detalles del partido de la viola en Montevideo.
“¿Cómo podés ser hincha de un club presidido por un batllista?”, lo embromaron alguna vez. “Defensor está por encima de todo”, contestó él.
Y cuando algún botija, endulzado por las campañas del manya de los años sesenta, le sugirió piadoso: “Diga, Antonio, ¿por qué no se hace hincha de Peñarol?”. Calláte, gurí, respondió, estoico, como si supiera bien que algún día, Defensor obtendría el campeonato y ese valdría por todos los perdidos.
Casualidad o no. Aquel año, la campaña del violeta, le hizo intuir que el 76 sería el tan esperado, porque “en el 47 nos robaron y fuimos en el 60 los primeros campeones de la Copa Artigas”, solía argüir, como pretexto, para paliar la falta de un Campeonato Uruguayo, que todos los años festejaban los hinchas de alguno de los dos grandes en bulliciosa caravana por la ciudad. Ese año sería el de la gran revancha. Ya se estaba convirtiendo en una satisfacción inolvidable. Porque ahora, a partir de la segunda rueda, escuchaba casi todos los domingos los partidos de Defensor en directo, mientras sus amigos, de Nacional y Peñarol, que se habían habituado a Víctor Hugo, se conformaban con lo que había sido su rutina de cuarenta y dos años: la alineación, la interrupción de las otras canchas y, en todo caso, elegir a Julio César Gard para la síntesis final de la jornada.
Ese era el gran año, sin duda y la barra de la cantina lo comprendió. Ahora los manyas y los bolsos que querían burlarse tenían que recurrir al pasado. Ahora Antonio les hablaba de Salomón, del Tato Ortiz, de Santelli, del Pichu Rodríguez, que eran el presente y en el fondo, ellos compartían su alegría, porque era un hombre bueno, que les ayudaba a todos, siempre solícito, siempre abierta su casa de las viviendas del INDA, en la parada 24.
¡Defensor campeón!, gritó Víctor Hugo, por CX 12, a las 16;45 de la tarde del 25 de julio de 1976. ¡La viola, nomás!, saltó Antonio Grossi, alzando los puños frente al radiorreceptor.
Había soñado con ese triunfo toda su vida. Su existencia había transcurrido de tal manera que nada podía conmoverlo y excitarlo más que ese grito después de tantos años: ¡Defensor Campeón!
“Nadie en el mundo festejó más campeonatos que los hinchas de Peñarol y Nacional, Joselo –me dijo una vez Alvaro Bondad, un gran amigo, hincha darsenero-, pero nunca van a festejar como yo, solo, absolutamente solo en medio de toda una tribuna que queda en silencio”.
Entre quienes conocieron de cerca a un hincha como Antonio Grossi, hay un argentino, chaqueño, simpatizante de Velez Sarfield en Buenos Aires, que por lógica y hasta por reflejo, en el Uruguay tiene que ser adepto a Defensor. Mempo Giardinelli cuenta en El hincha (Señor con pollo en la puerta y otros cuentos, Ediciones Lom, pp 71-79, cuento referido a un velezano residente en el Chaco cuando salieron campeones en el 68, parafraseable en este caso), cómo pudo ser el festejo de Antonio aquella tarde-noche, tormentosa y gris, del 25 de julio del 76. Parece que el hombre caminó resueltamente hasta la Plaza de la Torre del Vigía, la torre que luce en las camisetas del Defensor fernandino (“porque es nuestra farola” decía Antonio) y se subió al taxi de Juan Amaro, “A recorrer la ciudad, Juan, y tocando bocina”, ordenó, “Defensor salió Campeón”. Bajó los cristales de las ventanillas, extrajo el banderín del bolsillo del saco y empezó a agitarlo al viento, en silencio, con una sonrisa emocionada y el corazón golpeándole en el pecho, sin importarle que la solitaria bocina desentonara, casi afónica, con el atardecer y sin reparar siquiera en el reloj que marcaba la sucesión de fichas que le costaría el aguinaldo, “pero carajo -se justificó-, este campeonato me ha costado una espera de toda una vida y los muchachos de Defensor, en todo caso, se merecen este homenaje a la distancia”. Cuando llegaron a la cuadra de la cantina, vio que la barra estaba en la vereda. Y también vio que, cuando descubrieron al taxi con la solitaria banderita violeta, se pusieron de pie y empezaron a aplaudir. “Más despacio, Juan, pero sin detenernos -dijo Antonio-, mientras se esforzaba por contener esas lágrimas que bajaban por sus mejillas libremente, como gotas de lluvia y los aplausos se tornaban más vigorosos y sonoros, como si supieran que debían llenar la tarde de julio sólo para Antonio Grossi, el amigo que había dedicado su vida a esperar ese campeonato y hasta alguno gritó ¡Viva Defensor, carajo! Y Antonio ya no pudo contenerse y le pidió al chofer que lo llevara hasta su casa.
Dejó el banderín colgado de una ventana y se acostó a dormir el sueño de los justos.
(del Capítulo 7 de Rompiendo la historia, Cause Editorial, pp 116-123)