Los diarios que no llegaron
Casi todos los jugadores del plantel de Uruguay que le ganó tres a uno ayer a Polonia en Gdanzk y hoy quedaron disgregados por parte de Europa, volverán a nuestro país a más tardar en marzo, algunos un poco después, un año o a lo sumo dos, pero a principios de los sesenta, cuando Héctor “Pichón” Núñez (de quien su homónimo actual lateral de Nacional tomó el apodo -apellido y seña de gloriosa prosapia tricolor-) pasó del Parque Central al Valencia de España, estuvo cuatro años sin poder volver a Montevideo de visita.
En esos años jugó por Copa UEFA (que ganó dos, haciendo goles en las dos finales) en casi todos los países de Europa central y oriental. Conoció Sofía, Odesa, Moscú, Vital, Leningrado, Kiev, pero lo más romántico y lo más bonito para él, era Budapest.
“El segundo mejor partido que jugué en mi vida fue en Budapest y lo jugué pensando todo el tiempo, en el húngaro Miguel Cobach, un cliente del almacén y bar de mi padre, un herrero que cada vez que hablaba conmigo cuando yo era niño, al pobre hombre le brillaban los ojos, como si yo fuera su hijo. El húngaro estaba todo el día con la fragua, al fuego de la herrería que era de chapa y dormía allí. Cuando llegué a Budapest nos hospedaron en la isla Santa Margarita, en medio del Danubio y, claro, para mí era un partido muy emocionante, por jugarse en el país de Miguel. Yo lo quería mucho.
Le habíamos ganado al MTK de Budapest en Valencia dos a cero y en Budapest empecé el partido clarito, me enfrenté al arquero y le metí la pelota por debajo de las piernas; después íbamos ganando cuatro a uno y de repente un chico que entra por la izquierda, Slot, tira un centro de esos bombeados al borde del semicírculo del área y me dio el tiempo a pensar: “¿le pego, no le pego, qué hago?” Le pegué y salió un golazo de la gran siete; la pelota hizo una comba y se metió adentro y tal…”
Tardó cuatro años en volver, como fue dicho. Su familia se había mudado sin cambiar de barrio, a cinco cuadras de la calle Belvedere donde vivían antes. El húngaro había muerto.
Cuando llega a esta parte del relato, el Pichón lo corta y me explica:
“He vivido muchísimos años. He vivido desde los años en que no se controlan los sentimientos a los que se controlan y se pueden manejar, porque yo creo que las personas tenemos unas valencias espirituales tremendas y me voy dando cuenta, a medida que soy más mayor que antes (digámoslo así), que se me están convirtiendo los sentimientos en un arma peligrosa como cuando tenía quince años. Ya no puedo controlarlos y de vez en cuando, me tranco. Estoy hablando y me entra un desespero porque no puedo evitar emocionarme. No es que me esté haciendo viejo. Es simplemente que ahora me afecta muchísimo comunicar las vivencias que he tenido, nada más”.
El Pichón no traía demasiados papeles en la valija, lógicamente, pero sí un sobre grande con los principales diarios españoles dando cuenta de que “la orquesta sinfónica del Valencia sonó fantásticamente en la tierra de Bartok”, que “dio un concierto extraordinario” y que “el maestro, el hombre de la batuta fue Héctor Núñez” y todos los diarios de Hungría que había comprado al día siguiente al partido, cuando amanecieron de festejo en el hotel Marguerit, viendo al río Danubio de ensueño.
El húngaro es un idioma isla, solo emparentado con el finlandés. Nadie leería esos diarios.